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Hablemos del género dramático en la literatura. Hay tantos que ya se clasificaron, los metieron en cajitas como comediatragediamelodramatragicomedia y la farsa. Si quieres saber de ellos, picha sus ligas. Hoy quiero detenerme en otras reflexiones.

Cuando se repite tanto un licuado llega a hartar, nos aburre, pierde su esencia pero ¿qué tiene el drama literario que aún reinventándose, creando refritos, los vuelven a poner de moda? ¿Cómo es posible que no nos aburramos de ellos? ¿Por qué sigue siendo un drama morirse o enemistarse con la amada?

Hay quienes hacen un drama de cualquier cosa, como ejemplo las mamás ante la menor provocación (aunque hay honrosas excepciones). ¿A quién le tocaba lavar los trastes? ¡A mi no me vengas con cuentos! Ese cuarto lo quiero limpio cuando regrese.

Pero somos empáticos y nos gusta meternos en la vida de otros, en sus dramas, por muy repetitivos que resulten. Sólo es necesario identificar al personaje, a esa pequeña que vive con la madrastra, al adolescente que sufre acoso del cura, al hombre que no puede pagar sus deudas… empezamos a sentir por ellos, a imaginar qué haríamos si nosotros fuéramos los involucrados en esos dramas.

Somos capaces de reír y llorar, enternecernos y soñar con un personaje. Por eso el género dramático es tan socorrido, tan deseado y buscado. Una buena historia no deja de venderse a lo largo de los siglos. Pero hay de dramas a dramas. Un homicidio como Hamlet puede ser muy doloroso, causar pavor, generar angustia y provocar misterio, pero ¿qué tal el drama del mismo autor: Romeo y Julieta. Quizá los vivos nos duelen más que los muertos o el amor es más apasionante en la literatura.

Sin lugar a dudas, Edipo Rey es aún más inquietante, genera en nosotros fuertes emociones, duras, filosóficas. ¿Qué tan impactante puede ser el enterarse que tu mujer, con la que tienes tres hijos, es también tu madre? ¿Cómo perdonar a Dios o al oráculo cuando ha provocado un dolor tal que terminas sacándote los ojos?

Hay dramas como los de enamorarse del mismo sexo, como en El beso de la mujer araña o la vida de Freddy Mercury, o perder la fe siendo sacerdote como El sacerdote ateo. ¿Qué tal aquel hombre que le pierde el sentido a la vida al grado que ni la muerte de su madre le conmueve –El extranjero-?

Ya los griegos les llamaban tragedias, especialmente aquellos que terminaban con todo el elenco en un tópico tan trillado como la muerte. Hoy día, las conjeturas de Sherlock Holmes se repiten en en Doctor House, El mentalista, CSI Miami o New York, en Hawai 5-0. Y nos tienen siempre con el alma en un hilo hasta el desenlace.

Tal parece que hacer un drama de cualquier cosa, como esquivar la chancla precisa de una madre, sigue estremeciéndonos y pasados los años lo recordamos con melancolía. Son el quehacer más socorrido de la humanidad y algunos nos volvemos adictos a historias como las crueldades de un dictador (La fiesta del chivo).

No podemos dejar de mencionar historias que más bien son aventuras como los Cronopios de Cortázar (una aventura más literaria que humana, es decir, una incursión en el juego de las palabras más que en el drama de los personajes), o una historia como Cien años de soledad cuya aventura se extralimita, se exagera, nos lleva a una dimensión donde los objetos se vuelven irreales y los amores, fantasías.

Toda esa emotividad proviene de la amígdala en nuestros cerebros y de una herencia evolutiva que la mantiene viva por el instinto de supervivencia. La disfrutamos gracias a los químicos que nos dosifica la imaginación y ese «ponernos en los zapatos de otros», empatía, que, por suerte, en la literatura, es un deleite maravilloso que, además, nos enseña a enfrentar los retos de la vida.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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