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Naveguemos por un momento en las profundas aguas del cuestionamiento ideológico, en una palabra: filosofemos. Preguntarnos el «para qué» es la tarea que nos da la ciencia de la filosofía, con la intención de plantear rutas distintas, entender lo que hacemos, valorar lo que realmente vale y despreciar lo que nos empobrece como sociedad o individuos.

Para responder la pregunta del título de este espacio, primero hay que preguntarse si realmente estamos dispuestos, ojo, no a matarnos de cansancio para acumular riqueza, sino a cambiar nuestras ideas sobre la riqueza, porque ese es el principal problema que se tiene cuando uno quiere empezar a crecer financieramente. La ciencia de volverse millonario (finanzas personales) no es tan compleja como la ciencia que nos impide serlo (psicología profunda).

La riqueza de los ricos

Infinidad de debates en las redes desenmascaran a los ricos contra el argumento de la meritocracia (los logros de una persona se basan en su mérito individual, es decir, en sus habilidades, esfuerzos y logros personales), pues está claro que no hay «piso parejo», no todos tienen las mismas oportunidades de escalar los peldaños, muchos de los ricos actuales tuvieron grandes fortunas a su alcance, por herencia, por lugar de nacimiento, por el momento de la oportunidad. Millones, en cambio, viven en una miseria sustantiva y contagiosa, pues el sistema económico resulta avasallador (imposibiltador) y, al otro lado de la moneda, facilitador de grandes fortunas.

Pero, aún con sus enormes fortunas, muchos ricos no se sienten satisfechos. Una vez que has adquirido la cantidad de dinero suficiente para vivir como magnate por cinco vidas, una mente más humilde pensaría que ya ha acumulado demasiado, pero ellos no están satisfechos, quieren más. Hay quien en un segundo gana más que el presidente de Estados Unidos en toda su gestión. ¿Por qué quieren más? ¿Qué les falta para ser felices? ¿Es que el dinero no da la felicidad? ¿Y si no da la felicidad el dinero entonces por qué quieren más dinero?

Ellos quisieran paz. Pensar que si se caen las bolsas de valores del mundo ellos perderán una fortuna o si una burbuja inmobiliaria pone en peligro las propiedades que les pertenecen y les generan jugosos ingresos o si uno de sus bancos se tiene que declarar en quiebra cuánto perderán o si uno de sus medios de comunicación tiene que liquidar a todo su personal porque se perdió la credibilidad les mata de miedo. ¡En fin! no duermen tranquilos pensando que alguien o algo les va a quitar todo lo que tienen.

Tampoco pueden fiarse de su propia sombra. A su alrededor viven muchas personas cuyo interés por bañarse en la ducha de su habitación (simbólico) es evidente. No pueden tener amigos que no estén deseosos de recibir un baño superficial de su oro. La envidia en su mundo es de proporciones épicas. La amistad, en esos niveles, es impensable. Hay, sí, cierta camaradería con otros multimillonarios, a quienes admira por su capacidad de hacer importantes inversiones y generara aún más riqueza en la menor cantidad de tiempo posible, pero también existe contra ellos una competitividad enfermiza que les tortura. ¿Cómo puedo ser más rico que él o ella?

La riqueza de los pobres

Ellos pueden envidiar a los pobres en muchas cosas. Quisieran su paz, sus amistades sinceras, sus familias unidas, su alimentación orgánica, su amor por la vida, sus valores humanos. Eso no lo pueden comprar con su dinero. Eso les queda muy lejos, es casi imposible tenerlo, aún con sus millones, sus riquezas, sus propiedades.

Un pobre tiene la calidad de vida que los ricos envidian, aunque sus terrenos no tienen gran valor económico, a ellos les sobra espacio (a menos que se vayan a vivir a las grandes ciudades donde tendrán que vivir enjaulados, comprimidos, asfixiados). Cuando se puede vivir con lo más simple, con el cielo como techo (simbólico), el mundo entero es su casa. No les preocupa tener menos de lo que ya tienen porque no tienen nada. Pueden vivir de la tierra, aunque no tengan un salario, disfrutan tanto de la vida natural que se sienten ricos, gozosos, plenos, llenos, dichosos.

Se sienten naturalmente unidos a los demás pobres, son su familia, sus camaradas, sus amigos. Los lazos sociales suelen ser profundos y duraderos, inclusive se aceptan como son, con una gran cantidad de defectos, marginados por otros, «borrachos», «apestosos», «groseros». Pero están en casa, se les respeta y se les quiere. Valen igual si no se afeitan la barba o si se visten con harapos.

A la pregunta inicial

Los ricos han hecho creer a los pobres que poseer «cierto tipo de bienes» (como el oro, los diamantes, los perfumes, los trajes de etiqueta) les da el derecho de considerarse «la clase dominante», incluso imponen sus estándares de belleza (güero, de ojos azules, alto, etc.). El valor que se le da a esos «objetos del deseo» son impuestos. Habemos quienes vemos más riqueza en otras cosas de la vida como la amistad, el amor, la música bohemia, el arte, la literatura, la comida (que deliciosa es la comida de la calle, sencilla, económica, pero hecha con amor y sin ánimos de gran lucro).

Ahí está el truco del título: ¡Claro que todos los pobres pueden (podemos) ser ricos al mismo tiempo! Bastaría con empezar a desvalorar (quitar valor) a las cosas que poseen los ricos y dar valor a lo que tienen (tenemos) los pobres. Si valoramos más la vida libre, la paz, la amistad, el amor, la confianza, el respeto (dignidad a los marginados «apestosos», a los «diferentes», a los «sin techo»), quitándole valor al dinero y dándole valor al alimento natural, a los paisajes, al mar, a los bosques, a los ríos limpios, protegiéndonos en comunidad, defendiéndonos contra los colonizadores, invasores, saqueadores de recursos, invirtiendo y heredando nuestra cultura, creando espacios para la convivencia y el intercambio de productos, estaríamos convirtiéndonos en los nuevos ricos y tendríamos nuestro propio sistema de crecimiento sostenible, crearíamos una policía comunitaria, poseeríamos foros de defensa de lo que es nuestro y el mundo le daría valor a cosas que realmente valen y no a los «objetos superfluos y vanales» que nos han vendido por siglos «los de arriba».

En ese momento, todos los pobres volveremos a ser los dueños del mundo, los que arrebatarían el poder a quienes lo usurparon antes. Compraríamos todo a los «nuevos ricos» porque sólo gastaríamos en los lujos de tener las cualidades orgánicas, naturales y no comprando cafés de $100 pesos o $5 euros». Ser pobre sería ser muy rico y no sólo eso, también dichosos, felices, alegres, hermanados, libres y con la única ambición de prolongar esa paz para las generaciones venideras.

Acumular dinero tampoco sería malo, serviría para dar salud, educación, carreteras, puentes, que faciliten a todos una mejor calidad de vida. Cuando veamos así al dinero, entonces viviremos en prosperidad y abundancia (psicología profunda) y nuestra capacidad financiera no sería para explotar a los demás, sino para dotar a nuestro mundo de mejores oportunidades para todos. La ambición es para los enfermos que quieren más teniendo todo. Aquí lo que queremos es tener vida, que vale mucho más que la riqueza.

Y, para terminar, luego de leer más de 100 libros sobre finanzas personales, he creado un curso que te enseñará a generar riqueza dentro de los dos paradigmas mencionados arriba: el de los ricos y el de los pobres. Lo he denominado Millonarios en 3 años porque he comprobado que es perfectamente posible, aunque cualquiera puede lograrlo en el tiempo que desee. Aunque no sea yo un magnate, mi riqueza me da mucha vida.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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