(Versión en inglés aquí) Un maestro deambula por el conocimiento de muchas ciencias y teorías sin asumir una en particular; no está para defender las posturas científicas sino para ampliar su difusión y poner en duda los postulados, evidenciando las deficiencias de las teorías. Muestra a sus alumnos el camino para comprenderlas, investigarlas, sembrando en ellos el interés por estudiarlas, para que aprendan a evaluarlas y mejorarlas, experimentar con ellas y que documenten sus descubrimientos con rigor científico. Un maestro no debe
asumirse como defensor de una postura en particular, sino comprometerse a difundir cualquiera de los argumentos para que sea el alumno quien decida cuál será su postura frente a ellos; en especial, debiera mostrarles el método para descubrir nuevos conocimientos y a cuestionar, dudar y poner a prueba sus premisas, invitándoles a no quedarse satisfecho con resultados incompletos, con verdades a medias.
El maestro sería sólo un profesor si no mostrara valores. Es un velador del bienestar humano, de su potencial, defensor de la verdad, responsable con su entorno social y ambiental. No lo impone, lo vive. Cuando un niño o joven pregunta, el maestro no se conforma con responder. Es capaz de mostrar la amplia gama de posibilidades, dejando abiertas más interrogantes para que el estudiante comprenda su entorno, su historia, los métodos y posibles alternativas futuras de aprendizaje. Esto se entiende mejor con un ejemplo: Maestro, ¿quién descubrió América? La respuesta de un profesor sería Cristóbal Colón. La de un maestro iría mucho más allá. Desde el camino que aprovecharon los antepasados para cruzar el estrecho de Bering, la colonización hacia el sur, las distintas versiones de otros pueblos del norte como los Vikingos, las condiciones sociales que impulsaron a Colón a crear nuevas rutas de comercio, la imposición cultural de la conquista, el saqueo de la riqueza americana, la esclavización de los pueblos al servicio de las distintas coronas… Un maestro no da una conclusión, permite que el alumno llegue a sus propias definiciones de la verdad, asuma las lecciones del pasado y las postule en un futuro personal con base en el conocimiento amplio y diverso. Esa forma de enseñar les llevará a interesarse más por la humanidad, a ser responsables con su entorno, a no conformarse con verdades a medias, a crear nuevas investigaciones y a entender que los temas de estudio son multidisciplinarios, que involucran gran cantidad de factores éticos, históricos, científicos, culturales, artísticos, sociológicos y mucho más.
El maestro vive y enseña valores, pero no los impone. Su principal interés está en seguir aprendiendo,
porque ama el conocimiento, incursiona día a día en nuevos retos y contagia así a sus educandos. Inventa siempre nuevas estrategias para que el alumno se interese y asuma posturas científicas en cualquier nivel. Por tanto, es laico; no puede ni debe asumir valores morales específicos en el aula, sería como ponerse a favor o en contra de Cristóbal Colón. El maestro más bien vela por la historia y la humanidad, desde un punto de vista mucho más alto, evitando sesgos culturales o fronteras. No puede decantarse por Mahoma o el cristianismo, pues reconoce sus orígenes y las actuales confrontaciones. Puede tener sentados en los pupitres a hijos de esas creencias al mismo tiempo; él pone el interés por conocer la historia, por valorar sus postulados, por reconocer sus influencias en la geografía mundial; será el alumno quien decante su interés por una de ellas o asuma una visión humana más futurista, sociológica o cultural. No asume tampoco un partido político; entiende que las ideologías convergen y divergen en diferentes momentos. Tampoco es partidario del extremismo de izquierdas o derechas, de imperialismos o nacionalismos. Enseña a sus alumnos a evaluar los pros y contras de las posturas de cada instituto político y les guía en la investigación para cuestionar la influencia de cada uno, a dudar de sus falacias y reconocer sus aciertos.
Por lo anterior, el maestro no debe dejar tareas sino guiar el interés de los alumnos que él mismo genera; la tarea se la impone él mismo, saciando la curiosidad que el maestro le causa diariamente. Las investigaciones no deben ser tareas, sino fórmulas para encontrar la verdad, el constante devenir de un alumno o alumna cuyo interés se incrementa conforme avanza en sus ideales de vida. Los programas de estudio en este sentido no son más que meras referencias que permiten guiar a los nuevos maestros en el mapa de aprendizaje de los alumnos y no una caja estrecha de regulación metódica. ¿Qué aprende un maestro? El doble y por cada alumno. Pues sigue los pasos de las investigaciones de cada uno además de entender cuál es la parte del proceso en el que ellos se encuentran y la forma personalísima de afrontar las verdades y recorrer las rutas de investigación de cada uno. El maestro, en suma, debería ser la persona más importante de las comunidades humanas y no las degradantes personas burocráticas en que se han convertido en muchos casos.
[…] Los maestros no son sólo profesores ni seguidores de… […]