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Esta graciosa interjección o quizá debiera decir expresión, siempre que me sienta a gusto con esa parte de la definición, es polémica; quien se anima a enunciar ¡sopas perico! dentro de un contexto jurídico o hasta en un ambiente político, suele distanciar las dos palabras como queriendo decir otra cosa. ¿Qué cosa? ¡Vaya usted a saber! No la encontrará en el diccionario y difícilmente hallará una explicación honrosa en otro sitio, pues es un dicho; esta pequeña frase la suelta uno como quien grita ¡madres! cuando ve un accidente automovilístico.

sopas perico¿Es una sopa?

Con pretensión excelsa afirman por ahí que es una frase que se refiere a un caldo en el que se ha hervido un ave color verde y al que se le pueden agregar papas y sal al gusto. ¡Un insulto a la academia del barrio mexicano! Ni qué decir de los arrimones que uno siente del perico ajeno en los vagones del metro naranja. Otros aseguran que es un chisme, una falacia entrecortada por un diligente teléfono descompuesto, ese que nunca termina bien porque las carcajadas de los albures suelen distraer a las audiencias.

Acudiendo a los más expertos eruditos en la materia, en aras de una mejor explicación, tenemos que en realidad se usa, como suele suceder en el más sublime de los léxicos,  un par de términos con acepciones distintas según el entorno en el que se logra acomodar para extasiar al público con las más reticentes aversiones. Aún ellos, acostumbran volcar su ánimo ante la distorsión sonora que produce, mucho antes que pretender extraer de ella un significado intrépido, como su emisor. ¡Sopas! Es más que un grito hambriento, más que una tórrida llamada al camionero sordo que no escucha el timbre de la próxima parada; suele ser la alegoría de un apocalipsis, el anuncio evangélico del fin del mundo, esa melodiosa voz de la catrina que nos llama a nuestra última morada, la hecatombe más deseada, anunciada y proclamada como hubiera hecho cualquier profeta.

Confusiones

Se le suele confundir con un simple “chale”, cuyas traducciones merecen un tratado aparte, pero baste decir por ahora, que un “chale” se entiende fácilmente con la expresión “¿De verdad?”, o si lo amerita, volviendo a depender de la familia de palabras que le acompañen, de un “No me digas” cantadito a la poblana para que se alargue suavemente el final, tanto en la “i” como en la “a” de “digas”. ¡Sopas!, hay que reconocerlo, es un tanto irreverente; fuera de los protocolos tradicionales de las erudiciones más rebuscadas, pero no al grado de rebajarlo a “chale” como si no tuviésemos cambio y pagáramos con un billete verde.

sopas perico¡Sopas!, por sí sola, intimida. Avienta un estruendo a la conversación que pudiera causar mofa o un infarto de primerísima clase. Ahí dependemos mucho del tipo de asteroide que vemos caer por la espalda de un interlocutor incauto que no se ha dado cuenta del drama que se le avecina. Es más común escucharlo cuando la maestra anuncia la nota reprobatoria de otro alumno, obvio, no de la nota personal o propia porque en eso recurrimos más a expulsar frases evocando a “otras” progenitoras, precedidas, en no pocas ocasiones, de una pequeña frase compuesta de dos palabras también minúsculas: “en la”. En cambio, si es un compañero o compañera sí, amerita un “sopas” bien puesto en sus pupitres.

¿Y el perico?

¡Sopas! es un menjurje picante que emana con facilidad por la garganta, es una palabra enunciada con intervención labiodental, nada de palatal. Pero contiene sentimientos, emociones, displicencias amorosas o grandes sinsabores. Sólo que al agregarle el “perico” suele suavizar la frase para hacerla más fraternal, comprendiendo al interlocutor, empatizando sin más. Ahí pierde todas sus cualidades verdes y del ámbito animal para recurrir a una sonora metáfora dicharachera, involucrando en una tribu, un clan, una horda, una manada, un club, una asociación cómplice a los participantes.

sopas pericoLlamarle a un “camarada” sin decir agua va con el mote, sobrenombre o pronombre de “perico” es poco más que insultante. Es ponerle en una balanza a iguales pesos con un chismoso, ahora sí. Un lengua larga, metiche, hablador, mentiroso. “Eres un perico” es más prosaico que el fucking de los estadounidenses o su tan temido chicken. Se puede esperar la fluctuación de la sangre luego del garrotazo al que nos hacemos acreedores por solo insinuarlo.

Sopas perico

¡Cómo cambia una palabra que al juntarla con otra levanta evocaciones místicas!, del grado metafísico, al envolver dentro de su aura conjunta un ying-yang, un complemento, una relación simbiótica, nivelando las fuerzas galácticas. ¡Sopas perico!, con ligera pero siempre significativa separación de las palabras, no tanto como para que cada una adquiera su atómico bombazo individual, dando por resultado la tan temida ruptura de la relación espacio-tiempo, sino apenas sutil distancia que procree un nuevo ser, una manifestación espiritual, casi una especie de milagro mágico divino, generando el fervor, el anuncio celestial.

Sopas Perico suele tener significados varios, dependiendo del arremetido contexto que la origine, como apelación a una nueva forma de gobernar, como burla a quien recibió su merecido, como descubrimiento de una nueva arruga, como interjección cuando rompemos un mueble del vecino. Al notar que no traemos dinero para pagar la cuenta, un aullido imprevisto al ver cómo ha caído un tipo junto a nosotros, esa sorpresa que nos llevamos al ver al vecino con otra mujer que no es su esposa, y de lo que cualquiera se quiera imaginar que pudiera significar tal expresión, interjección o vocablo binominal.

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Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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