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Hoy el amanecer es todavía despejado. Las sombras de los árboles acortan con el paso del tiempo sus manchas. El paraje no deja de ser maravilloso como un alumbramiento de clase media y donde todo brilla. Parece un remanso de paz cerca de una playa despoblada. Entre los cerros se abre paso el único camino civilizado que surca el territorio y deja huellas en los follajes con la forma de los autobuses, rompiendo las ramas y volcando sus contaminantes que pronto el sistema natural diluye.

Los árboles se mecen en el viento, jugando en la hamaca, flirteando con otros eróticamente, tocándose las ramas, emocionándose. Hay por la costa unas palmeras cocoteras embarazadas que dan a luz de vez en cuando. El viento las orilla a desprenderse de sus hijos que colisionan en la arena causando desastres menores y entonando himnos mudos ante las olas juguetonas.

Mientras un reloj que asoma colgado del brazo en un auto solitario acumula minutos en racimos para llenar grandes tibores de talavera. Se apelmazan para dar paso a la media tarde que ha difuminado las sombras de los árboles, piedras y montañas, porque viene una tormenta. La alegre paz primaveral se opaca y obscurece los ánimos del terreno.

Pese a parecer un lugar tranquilo y sobrio, resulta en el fondo un ecosistema muy dinámico. Los árboles siempre están en el mismo sitio, de eso no cabe duda, pero generan a su sombra un mundo de verbos inimaginables: comer, correr, caer, volar, saltar, besar, beber, hacer, transportar… Todo es más movido que una casa con niños.

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El verdor es engañoso, bajo el suelo se incuba la podredumbre que trae consigo la fermentación; los nutrientes sirven luego para que en la superficie se generen vistas envidiables. Hace falta apenas internarse unos filamentos para vivir ese mundo de fango y obscuridad. El contraste es que hacia el cielo los ánimos se exaltan. Corra o no el viento, las fiestas y jolgorios son de envidia. La promiscuidad es excitante; rozan al vuelo los insectos fecundantes. Arrastran con sus alas las más candentes semillas del amor que otras producen.

La procreación es automática. Sólo basta sacudir un poco la máquina para que produzca cientos de nuevas vidas. Un intercambio a nivel prostibulario. No importa que la amenaza de la tormenta ennegrezca el panorama. Cada noche suele ser el mismo festín que en la mañana. Ocasionalmente un vehículo ilumina el sendero y la luna llega a ser un farol en buenos días.

Ya suenan los rayos como si fueran truenos. Han llegado a quemar bosques enteros con sus flechazos de cupido. Vienen a arrollar al paraje del C-32 como si fuera la isla de Cuba. El agua se enfrenta por las ráfagas huracanadas a los fuertes y reacios troncos de los árboles del pequeño valle. Arrancan con dolor los brazos fornidos de muchos causando lágrimas de cementerio. Terminan más allá del muro de un montículo pedregoso, malheridas y bañadas en sangre.

El agua termina anegándose, formando incontables pantanos entre los árboles y sepultando de muerte a los gusanos, insectos e infinidad de mariposas. También gozan de la gloria eterna cientos de aves, peces y cangrejos que no soportaron la batalla campal contra el huracán. La muerte indigna a lo que queda también con vida, dejando un panorama gris a su paso. La misma carretera fue borrada del mapa. En el colapso, dos lanchas lejanas quedaron incrustadas en medio del valle.

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Las flores, con mucho, fueron las más castigadas. Los cintarazos terminaron con la mayor parte de su población. Planas y planas de reprimenda ahogaron a más de un millón de ellas. Aquí no era necesario que alguien se portara mal, el legado natural les endilgó las culpas que otros tienen; aunque simplemente era así porque así era.

La nueva mañana llegó, refregando con un ardiente sol al lomo de los azotados árboles. Ahora sus sombras eran demasiado escuálidas, miserables. No hubo forma de esconderse de él a menos que fuera bajo tierra, pero estaba anegada, desprendía olores azufrados; la descomposición de los cadáveres llegó pronto con tanta radiación. Los funerales se extendieron por varios días.

Pero finalmente empezaron a brotar infinidad de nuevos bebés flor, múltiples gusanos y gloriosas mariposas. La polinización redescubrió el verdor y el amor promiscuo volvió a emerger con un nuevo brío. La suciedad se escondió bajo la cama y las cobijas fueron almidonadas en tonos multicolores. Con el viento llegaron nuevas faunas y florestas, para resarcir el daño de la tormenta. Los programas sociales fueron generosos con todos. La solidaridad en su máximo esplendor.

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De nueva vida se llenó el valle. Escenarios variados para una representación más actualizada, una historia que vuelve a ser contada sin diálogos, sin personajes, sin trama, pero con una pasión desenfrenada, un erotismo sin moral y emociones sin personajes.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

Un comentario en «Cuento emotivo sin personajes»

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