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Viajé a la nueva y flamante CDMX desde la mañana hasta la noche de hoy, aniversario número 31 del sismo que sacudió esa ciudad en 1985. Me han impactado diversos aspectos que deseo compartir con ustedes, haciendo un análisis menor al estilo de los Estudios Culturales, sobre los que escribí aquí. A partir de esta historia, quiero también compartir algunas lecciones, tal vez morales, pasando mañana. Les diré por qué pienso que la CDMX es la ciudad del tipo “no es mi problema”. Espero me acompañen en esta acronía narrativa.

El destino era la zona militar más grande del país, donde caminan soldados como si fueran civiles, unos pretendiendo conservar la fila y otros tan prepotentes como los guardias de una discoteca; hasta que el Capitán sacó la identificación, entonces sí se cuadraban. ¿No qué no, güey? Tuve diversas oportunidades de permanecer en absoluta reflexión observando los movimientos de nuestra milicia ¿debo decir “malicia”?, creo que por ahora no.

militar825Zona de Chapultepec, del Campo Marte, del Hipódromo de las Américas, allá por el periférico esquina con Avenida Ejército Nacional. Una doctora que estudia en la UNAM pero que termina trabajando en el hospital militar cubriendo áreas vacantes y recibiendo, por el membrete que lleva en el hombro, el grado de Mayor, para percibir el sueldo que corresponde a su grado académico, salvando vidas del cáncer, de enfermedades biliares o hepáticas. Es lo de menos. Aunque no tenga una clara idea de lo que significa en realidad el régimen militar, apenas unas cuántas órdenes que como soldados le obedecen gracias al rango. Ella camina entre los lujosos automóviles de los médicos militares y se sube al auto para perderse en el último camellón a la vista. Luego una pareja de coroneles que se avecinan chacoteando y soltando carcajadas cuando amerita la ocasión. Ellos sí portan con honor el uniforme, se fajan cuando llegan a la puerta del hospital e ingresan más serios al recinto.

Noto en un intercambio de palabras que no son personas, son máquinas que obedecen órdenes. De ahí me pregunto si quienes van a atender situaciones difíciles en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tamaulipas, Veracruz o Michoacán son seres de este mundo o las mismas máquinas que cumplen órdenes de los mandos supremos que ni pinche idea tienen de la problemática social, política, cultural y de criminalidad que se vive en esas tierras. El capitán que me acompaña me explica que las labores de inteligencia que yo propongo sí se hacen en el ejército. No sé si piensan con las patas o con la cartera, pero los problemas de inseguridad y narcotráfico en el país no se están resolviendo; hace décadas que los altos mandos están coludidos con los criminales y vayan a saber si no son las mismas personas. Luego los soldados sólo obedecen órdenes al criminal y no al pueblo, ese que debería ser su comandante supremo y no la bestia que tenemos por presidente.

CDMXTráfico de los mil demonios. Para recorrer 500 metros, a un costado del periférico, pasando por la puerta principal del hipódromo y con destino al hospital militar, ¡más de una hora! Es lunes a las 11:45 de la mañana. ¿Eso es “hora pico”? Eso sí, estábamos todavía en el hotel de la zona militar cuando sonó la alerta sísmica del simulacro. Nadie se enteró. Yo estaba muy pendiente, no quería tener problemas con las órdenes, mucho menos dentro de la zona militar. Si las cámaras vigilan hasta cómo se mueven los ombligos. No me estacioné en el “punto de reunión” verde porque sabía que estaría lleno de personas en cuestión de minutos. Lo hubiera ocupado, nadie salió del hotel, ni del saturado restaurante. Escuché claramente muchas alertas sísmicas que viajaban por el inusual descontaminado aire (será que el puente patrio despejó el ambiente).

No hay baños. Cuando salimos en busca de otro hotel a la zona civil, buscamos primero un sitio dónde poder ingerir alimentos. Después de un viaje de casi 4 horas, era imprescindible orinar, pero las fondas y pequeños restaurantes ¡no tenían baños! ¿Qué se creen? ¿Así es como una ciudad que se jacta de cosmopolita recibe a sus visitantes? “No es mi problema”, escuché por primera vez en el día. Eso dejó marcadas mis observaciones futuras el resto de la jornada. En verdad, los capitalinos, defeños, chilangos, mexiqueños, traficalinos, Amlosajones (no los invento yo, vea esta nota), viven su vida como si los demás no existieran.

Parado frente al supermercado que visitamos, observaba cómo una mujer mordía con singular alegría una fruta, sentada en una bardilla de concreto que dividía el estacionamiento con un pequeño parque, frente a la avenida Mariano Escobedo; junto a mí pasaron muchas personas a las que observaba curioso, lamentando mis pesquisas.

Un joven virgen –eso supuse– de 18 años, en el cuerpo que no en la mente, miraba con lascivia a las mujeres que rebasaba. Llevaba puestos unos audífonos pero se comía con los ojos a cualquier mujer copa B en adelante. La mujer que lo observaba, igual que yo, se carcajeaba. Ella era como de 60 años, el pelo a la “Donald Trump”, en el color, no en la forma de queso Oaxaca. Luego pasaron un par de jovencitos homosexuales tomados de la mano, mirándose con más amor que el cura a sus feligreses (qué curiosa ironía). A la mujer ni le inmutó. “No es mi problema”, habrá pensado. Cuando esos chicos iban por la esquina, frente a ellos pasó otro homosexual salvajemente feo que con los ojos saboreó cada una de sus partes. Miré a la mujer, para observar su reacción y estaba tan entrada en la fruta que no se dio cuenta.

Luego me fijé en una pareja que, para mí entender, tenían urgencia del sexo. “No les importaba” que estuvieran niños junto a ellos, ya no sabían cómo poder tocar más allá. La CDMX podía tener otro terremoto que ni se habrían enterado. Me recordó algunas pasiones de mi adolescencia. Frente a esta primera pareja, otra platicaba como si no tuvieran prisa de revolcarse en las sábanas. Acaso no les daban permiso. El joven, de hecho, se dejaba mirar de reojo a las copas C que pasaban por ahí, y su trasero cuando seguían de largo, bajo los jeans. La noviecita ni se enteró. Estaba ensimismada en observar hacia el infinito, imaginando quizá a otro chico que tuvo en secundaria. Luego se abrazaron, rieron y siguieron así hasta que me fui. Antes de salir, miré a dos ancianas que caminaban juntas por el parque, sin prisa, en esa ciudad que uno encuentra de todo, menos calma. Me han causado risa al detenerse a observar una pequeñísima flor amarillenta a un costado del camino.

oxxoDespachaba en el Oxxo un joven. Una pareja formada delante de mí, compraba saldo para su celular y pidió factura. Al terminar, como si fuera uno de esos soldados con los que me topé por la mañana, dijo: engrápalos. Se dice “por favor”, pensé. Pero, como habrán visto “no es mi problema”. Noté la cara del joven despachador y expresaba molestia, aunque se contuvo, cumplió la orden sin chistar y la pareja se fue, para nuestra fortuna. ¡Pinches prepotentes!, le dije al joven cuando ellos ya no podían escuchar. ¿Qué les costaba pedirte la engrapada con un “por favor”? El joven minimizó el hecho y siguió su tarea.

Hotel y motel al mismo tiempo. Pasamos por tres. El primero, con una fachada bonita, moderna, en una zona tranquila, con unas 20 o 30 habitaciones, que se podían contratar por cinco horas a $230 pesos o toda la noche por $350. No fue la primera vez que vi eso. Hace más de un año me hospedé en la calzada de Tlalpan y para mi asombro, después de tres días de permanecer ahí, noté la noche del sábado que varias parejas ardientes hacían fila para obtener una habitación. ¡Fungía como motel también! Seguro estoy que cualquier hotel por muy cinco estrellas que se sienta,… continúa aquí, falta poco.

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Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

3 comentarios en «CDMX: La ciudad del tipo “no es mi problema”»

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