Esta mañana despertamos sin mujeres, y no podemos ignorar tal hecho. Hemos perdido a nuestras hijas, hermanas, tías y madres. Solo entonces muchos de nosotros nos damos cuenta de lo valiosas que son. Su ausencia nos deja un vacío tan grande que tendremos que mantenernos ocupados durante mucho tiempo antes de comenzar a sufrir. Deberemos aprender a lavar nuestra ropa, algo que para muchos será la primera vez. Además, cocinaremos, plancharemos, limpiaremos los baños y pasaremos la mopa después de barrer la casa hasta la acera.
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¿Son esas tareas exclusivas de las mujeres? ¿Acaso solo ellas deben lavar, planchar, barrer y enfrentar una pila de trastes en el fregadero? En términos muy generales, muchas mujeres trabajan y al llegar a casa aún deben hacer esos quehaceres, mientras que los hombres alegan estar demasiado cansados para hacerlos, prefiriendo vivir como cerdos en vez de comprometerse con tareas simples pero cotidianas en el hogar.
Cada una de esas mujeres se comprometió con nosotros desde el momento en que nacimos, a defender nuestra seguridad, preocuparse por las medicinas que debíamos tomar, enseñarnos a hablar, caminar y leer. Mantuvieron nuestro entorno limpio, igual que la ropa y las sábanas. Nos enseñaron hábitos de higiene y forjaron nuestro carácter. ¿Cuántos hombres han logrado hacer lo mismo con el mismo éxito?
Pero hoy no están, se han ido, han desaparecido. ¿Cuánto tiempo debe pasar para que valoremos su importancia? Quizá un año, quizá dos. Porque la diferencia de género es solo una cuestión física. Algunos somos altos o bajos, de tez clara u oscura, con más o menos músculos, de postura militar o encorvados, dedos largos o cortos. Pero somos seres humanos y nuestras diferencias físicas no deben alterar la maquinaria de nuestra organización social, donde cada uno ocupa un lugar sin discriminación de género, raza o ideología.
El paro de las mujeres hoy en día afecta nuestro entorno de manera significativa, lo que sugiere que no comprendemos la importancia de mantener el equilibrio y valorar a cada persona. No somos seres sociales conformados por subconjuntos menores. Esta humanidad debe ser inclusiva, de lo contrario, pronto nos encontraremos con paros de campesinos, ilegales, iletrados, bailarines, músicos, políticos y el también anhelado paro de hombres.
¿Entonces, qué pasaría si todos nos detuviéramos? ¿Si nos damos por vencidos? ¿A quién podríamos reclamar? ¿De qué nos quejaríamos y con quién? Si nuestros planes, proyectos, presupuestos, mecanismos y organismos discriminan a otros, los marginan y los ignoran, es evidente que estamos creando un problema para el futuro cercano. Debemos crear planes inclusivos que brinden oportunidades de desarrollo al 100% de nuestras comunidades.
Hoy las mujeres se han detenido, y con justa razón. Hemos creado un sistema social que ignora su existencia, que da preferencia a unos sobre otros, y lo estamos alimentando día a día con acciones fomentadas desde el hogar, los trabajos y las escuelas. Debemos deconstruir, es decir, reaprender, recrear y cambiar las fórmulas. No será fácil, ya que hay mitos, libros que exaltan el machismo, cientos de películas, cuentos, princesas y príncipes que insisten en roles de sumisión y control. Debemos empezar por reconocer que tenemos una sociedad diseñada para algunos y muy complicada para otros. El género femenino o masculino son imaginarios y, por lo tanto, excluyen otros términos medios, como hombres con características femeninas y mujeres con rasgos masculinos.
Nuestra humanidad está definida por nuestro cerebro y nuestra capacidad única de razonar, pensar, leer, escribir e imaginar, independientemente de nuestras diferencias corporales. Esto se aplica a todos los seres humanos, ya sean hombres o mujeres, ricos o pobres, ancianos o niños, de diferentes culturas y países. Es importante que revaloremos la existencia de cada ser humano, independientemente de su educación, ingresos o títulos nobiliarios. Debemos reconocer que todos somos importantes como especie, o de lo contrario, no valdremos nada.
El paro de mujeres de hoy puede ser un llamado para un cambio significativo en beneficio de todos los seres humanos, pero si no lo escuchamos, es posible que veamos más divisiones en el futuro. Debemos escuchar y actuar de manera inteligente y razonable, dejando de lado frases dañinas como «soy mejor que tú», «tengo más que tú» o «llegué primero», y en su lugar, usar frases que valoren las coincidencias y promuevan la igualdad, como «todos tenemos los mismos derechos», «respeto tus ideas», «valoro tus propuestas» y «agradezco tu existencia». Solo entonces podremos construir un futuro más próspero y equitativo para todos.
Es importante reconocer y valorar el papel fundamental que ha tenido la mujer en nuestra cultura y en nuestra formación como seres humanos. La mujer no se reduce a su papel de madre, sino que tiene múltiples formas de realización y de contribución al mundo. Hoy en día, es necesario aprender de las lecciones que nos brindan las luchas feministas para comprender mejor las desigualdades de género y trabajar juntos para alcanzar una sociedad más justa e igualitaria para todos y todas, en la que se respeten los derechos humanos y se promueva la dignidad y la libertad de cada persona.