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La verdadera justicia pareciera no existir en nuestro universo, porque no se trata sólo de aplicar un correctivo cuando alguien se ve afectado por otra persona, sino de prevenir que cualquier gente sea vulnerable ante sus semejantes.

Anoche se incendió una toma clandestina de gasolina, matando a más de 60 personas y dejando heridas a más de 70. Como ejemplo, este hecho nos sitúa ante una disyuntiva moral: en primer lugar, ¿quién es responsable de engañar a la gente con obtener de forma tan alevosa los ingresos para subsistir?

Esto quiere decir que, mientras unos pueden comer en vajillas, hay quienes no pueden más que arriesgar sus vidas para obtener el bocado que sus hijos llevarán a la boca. Visto desde otro ángulo, cada vez que alguien abre un ducto, nos afecta a todos y así, en una secuencia infinita de actos desconsiderados, terminamos generando a la maldita pobreza que, en un círculo vicioso, ahora necesita robar para comer.

La sociedad ha señalado, por medio de una incongruente organización, la existencia de leyes para convivir; un modo, una estrategia que facilite el inalcanzable respeto entre las personas. Y ni las leyes, ni las autoridades, ni la gente, alcanzan a dimensionar la importancia de dar valor sagrado a la humanidad.

Quienes hacen las leyes se valen de ellas para dominar, pisotear o subir el escalafón de una estadía jerárquica, en esa lucha de clases ignominiosa. Quienes gobiernan no son distintos y se aprovechan del cargo para fingir que trabajan en beneficio de los pobladores y estos, subyugados a una esclavitud legalizada, pueden llegar a comportarse como bestias, ya lo vimos ayer.

Aquel que sube precios, acapara productos, el que roba combustible o el que lo hace posible comprándolo, el que sueña con quitarle el puesto a un compañero de trabajo y el que lo tiene para aprovechar su condición y minimizar al otro, el que presta y el que pide prestado, el que no enseña porque no quiere leer a los alumnos que no quieren aprender, el que no se lava las manos para cocinar y cobra con la misma mano, el que no deja limpio el baño…

La justicia empieza por ahí, por lo más básico, entendiendo que mi paso por este mundo dejará una huella en otros, sabiendo que alteraré el ecosistema, que romperé ciclos virtuosos para hacerlos viciosos. La justicia traerá la paz y es por eso que la humanidad siempre está en guerra, porque no hemos dado el valor suficiente al respeto.

El resumen es la justicia cimentada en el respeto a la mujer de otro, a su vida, a sus posesiones, a su dignidad, a su integridad, a su moralidad. No requiere leyes, requiere conciencia, educación, herencia, ejemplo, imitación. Quizá por eso puede ser utópica.

El pasado ha dejado huella en nosotros y si los que hicieron esta nación pisotearon a los demás y se adueñaron de sus mujeres, de sus tierras y hasta de sus creencias, pareciera que estamos satisfechos con esa tradición. Aprendimos a la mala a sobrevivir en la ley de la selva. Se suponía que con la madurez de nuestra nación habríamos alcanzado la conciencia para romper ese esquema.

A cambio de ello, llegaron algunos abusivos a pretender enseñar con ideologías la forma de ser obedientes ante la autoridad, exprimiendo la mano de obra y colocándose en una posición de permanente imposición. Hoy estamos aquí, intentando romper esas cadenas y ¿qué hacemos? Nos comportamos como las bestias que nos obligaron a ser.

Ya podemos ver que unos se esfuerzan en demostrar los saqueos y luchan por acabar con las injusticias que nosotros no nos inmutamos, seguimos creyendo que todos son de la misma calaña. En lugar de aportar, restamos. Bien vale un acto de conciencia, un repaso sobre nuestras pobres actitudes de respeto a los demás.

Qué terrible error pensar que siempre habrá algunos dispuestos a delinquir, a apostar por la inestabilidad, que no entendemos los enormes poderes de una humanidad inteligente, capaz de sobreponerse a las adversidades, capaz de aprender de sus errores, de crear alternativas, de construir puentes y desaprender para reinventarse.

Si algunos están fuera del común y se siguen comportando como bestias, habrá que analizar qué provoca tales actitudes sociales pues generalmente son producto de abusos, resultado del poco respeto que les dieron, de las nulas oportunidades que tuvieron para desarrollar sus potenciales y solventar sus más básicas necesidades mientras otros, que se dicen ejemplares de cultura, se pasean en pasarelas que miran a otros por encima de los hombros.

No hay muchas opciones, pero son efectivas: si queremos paz, luchemos por la justicia y si queremos justicia es indispensable el respeto, no a las leyes, no a las jerarquías, no a las autoridades, sino a las personas, a los demás seres vivientes, al medio ambiente, a las futuras generaciones.

Así como un día luchamos contra un régimen corrupto y criminal, exigiéndoles respeto a los pobres, a los familiares de desaparecidos, en el que muchos nos desgastamos la garganta para gritar las injusticias de quienes no tienen voz en esta descomunal desigualdad social, hoy hay que sentar las bases de un sistema que permita a todos, incluidos los opositores, a competir con igualdad ante los demás, a aceptar que piensan distinto y que siempre serán escuchados.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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