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Una historia para pensar

Hoy me encontré con Beto. Ese que siempre fue un problema para su familia. Se le veía contento. Acababa de hacer el último pago de su casa. Mi curiosidad se encendió y le invité un café, aunque tuvimos la necesidad de caminar tres calles, aprovechamos para platicar. Antes de llegar, ya sabía que su esposa lo abandonó hace cinco años, se llevó a sus dos hijos y no sabe dónde están. Me contó que tiene un empleo en el que gana dos veces el salario mínimo, pero hasta hoy, le descontaban la mitad para pagar el crédito de su casa. Tardó veintidós años en pagarla, porque se retrasó con varios pagos cuando lo corrieron de otro empleo que tenía.

Bajo las cejas, observé sus arrugas y sobre las orejas dos mechones de canas. ¡Es más joven que yo! Su escuálida figura me decía que aparentemente ni siquiera completó su desarrollo. El alimento debió ser escaso durante su vida. ¿Qué motivo crees que tuvo tu esposa para huir? Le pregunté. Como somos amigos desde la infancia, no dudó en sincerarse conmigo, pese a la rudeza de mi pregunta. La maldita economía, tú sabes, las cosas son difíciles. Pero también era una cabrona, me engañaba con al menos dos hombres. ¡Y dijeras: estaban galanes! ¡No! Eran unos guarros de cantina que trabajaban en la construcción como albañiles. Yo, la verdad, aguantaba por los niños. A mi, ella, ya no me interesaba nadita. Pero nunca me fui con otra mujer. Me aguantaba como los machos.

Los amigos lejanos no dejan de serlo

Llegamos al café y nos sentamos. Después que pudimos continuar, Beto siguió su historia: Lo cierto es que yo no tuve suerte. En cambio, si ves a mis hermanos, todos ellos viven bien; más de una vez me han echado la mano para salir adelante de mis broncas. Pero a mi no me fue nada bien.

¿Estudiaste tu licenciatura? Pregunté. No la terminé, se acabaron los recursos con la enfermedad de mi mamá, me dijo. Así que tuve necesidad de emplearme y continué mi preparación por mi cuenta, porque, aunque no lo creas, yo sé mucho, he aprendido varios oficios y me esmeré en conocer cómo hacer negocios y cómo funciona la economía del país. Sólo que nunca tuve lo suficiente para hacer una inversión. Cuando mis chavos eran pequeños, después del trabajo, abrí mi taquería y me desvelaba para llevar algo bueno a la casa. Nunca alcanzaba. Y todo acabó cuando llegó el gobierno a llevarse mi carrito.

Luego invertí en unos productos de oro para revender y me empezó a ir mejor. Pero mi esposa no administraba bien el dinero y tampoco alcanzó. El hecho es que, para no hacerte el cuento largo, nunca pude triunfar.

¿Qué es el triunfo para ti? Indagué con curiosidad. No sé, explicó; tal vez tener ingresos formales, que permitan proveer al hogar los gastos más elementales y tener para unas buenas vacaciones de vez en cuando.

Un amigo siempre está en el corazón

¿Y a ti, cómo te fue? Luego de explicarle que era escritor y algunos otros pormenores, se emocionó porque él siempre deseó escribir una historia y me la contó; disculpen si no recuerdo todos los detalles, pero la idea general es la siguiente: En un mundo futuro, después de una guerra, los sobrevivientes que eran más de la mitad de humanos actual, convivían con armonía, se apoyaban en resolver los problemas comunes y vivían en las ruinas de las construcciones actuales.

Sin decirlo abiertamente, prohibieron las charlas sobre política y religión, no querían que se repitiera la historia, así que se disolvieron también otras estructuras sociales como las escuelas, los matrimonios y las empresas. Cualquiera que lo intentaba, por ejemplo, adueñarse de una mujer, terminaba apedreado por los demás. De cuando en cuando llegaban de otros lugares algunas personas pidiendo asilo. Nos contaban lo mismo, en todo el mundo se dio un fenómeno parecido, un rechazo a cualquier posible causante de una guerra. Nada de dinero tampoco. Sólo intercambios entre particulares eran permitidos.

Quien lo deseaba, podía hacer mejoras a una casa derruida para vivir en ella, y por más que lo solicitaba al grupo, nunca se autorizaría su propiedad definitiva. Quedaba claro que todo pertenecía a todos y, mientras no le hiciera falta a los demás, podía habitar y mejorar su vivienda al gusto. Así surgieron más y más casas. Se respetaban, se les felicitaba por las mejoras. Era una especie de autoempleo. Si los árboles frutales podían germinar, debido a la contaminación de la tierra, los frutos pertenecían a todos, a la comunidad.

Hubo más

Pensé que su historia había terminado, cuando Beto observó a un par de jóvenes que entraron al café y comentó: podrían ser mis hijos, hoy tendrían 18 y 17 años de edad, como ellos.

Luego de ese trago amargo a mi café, continuó con su historia: Los jóvenes se enamoraban, como era natural, y aprendieron a vivir en las nuevas circunstancias del planeta. A diferencia de nuestro mundo, ellos no se sentían propietarios de su mujer, sino que en algunos extraños casos, ellas se sentían libres de ir y venir con otros chicos de su edad. Era un asunto tan natural, que los adultos permitieron aquella promiscuidad. Esos jóvenes serían la esperanza del mundo futuro, procurando no contaminar sus mentes con la inmunda vida que se dio antes de la guerra.

No sé porqué, pero su historia me gustó mucho. Tenía una lección moral interesante, porque rompía por necesidad algunos paradigmas de nuestra sociedad actual y proponía una convivencia social más humana, descontando a los déspotas, a quienes se apropian ilegal o legalmente de los bienes ajenos.

Cuando me lo narró, me hablaba de una mujer que protagonizaba la historia, pero como no me terminó de explicar su desenlace, porque se hizo tarde, no veo la necesidad de contarlo. Sólo que vivió una historia de amor también, como muchas otras, basada en esos nuevos paradigmas. Así que, como siempre, hay en las historias algo que queda sin resolver.

Quien encuentra a un amigo, encuentra un tesoro.

Me despedí de Beto, jurándonos volver a vernos pronto, y deseando que a partir de ahora, su situación empiece a mejorar, gracias a que terminó de pagar su casa, de la que me dijo, ya tenía muchas necesidades de mantenimiento, porque, para colmo de todos los males, esas casas las hacen miserables, de materiales desechables.

Me sentí muy a gusto por el encuentro, pero también me puse a pensar en cuántos Betos hay por estas tierras que no tienen oportunidades, ni herencias, y que con un sueldo de base no pueden aspirar a algo más. Quizá algunos tenemos ciertos privilegios que a millones no llegan, que, con todo y nuestras preocupaciones, al menos la sorteamos un poco mejor.

 

gandhin

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

2 comentarios en «El reencuentro existencial con un viejo amigo – Cuento»

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