Comparte:

Este artículo fue publicado por la revista Razón y Palabra en 2004 en esta liga.

La profesión de comunicar

Tener como profesión la urgente necesidad de proclamar a los siete mares y las siete tierras, en las siete casas que se visitan usando el televisor, la radio o la prensa, alzar la voz, gritar, apresurar, denunciar haciendo todo ello cuando se desea paz, silencio, tranquilidad, resulta alarmante.

Entramos en una disonancia cognoscitiva donde nuestros valores se contradicen unos a otros, siendo tan diferentes de nuestras acciones. Olvidamos que el comunicador está conminado a defender la libertad de expresión, obligado al grillete de la noticia, la publicidad, el ruido, la inevitable persuasión cual llamada de atención. Quisiera, como el médico o el sacerdote, jurar silencio, guardar secretos, omitir las culpas, callar. Pero no puede. Sufre la paranoia de gritar a los cuatro vientos, los cuatro puntos cardinales, la denuncia del pecado, el diagnóstico del cáncer o del Sida social.

No se parecen a simple vista las dos profesiones, la del médico y la del comunicador. Sin acumular amarguras, siento pretender una denuncia más, la de una ausencia que vive el profesional de los medios y la comunicación. Que armoniosa es, para ejemplificar, la música, que combina alegremente, con ritmo y ecualización, los silencios y los tonos, la quietud con la algarabía, la vida con la muerte, el goce y el sufrimiento. A ella le hace bien un lado de la moneda y otro. Será su naturaleza.

Comunicar o morir

El comunicador, en cambio, no debe callar nunca, es imperiosa su necesidad de captar la atención de su público utilizando una gran habilidad de persuasión, con un sin fin de artimañas propagandísticas y publicitarias. Donde callar es perder, donde silenciarse es “no existir”, cuando omitir es tendencioso, como quiera está preparado para llenar los espacios vacíos que deja el silencio amañado de los que hablan sin decir nada, porque demanda la claridad, la transparencia de las instituciones, la honorabilidad de las personas.

Alguien que está hecho para comunicar no puede estar hecho para callar. No se puede dar el lujo de omitir, ni ser discreto, ni cumplir votos de silencio.

El médico por su parte, está jurado para guardar la discrecionalidad de la vida de sus pacientes. No puede confesar los aspectos particulares ni gritar a los vientos que Don Mengano tiene cáncer o que Fulanito es cero positivo. Tal como el médico de almas no puede romper el secreto de la confesión. Su juramento hipocrático y su voto de silencio son su guía, su fortaleza, su tesoro. El comunicador tiene como precepto y como único tesoro la libertad de expresión.

¿Por qué entonces la disonancia? ¿A qué se debe tal desequilibrio? ¿El comunicador tiene obligación de difundir todo aquello que sea de interés público? Imagine una fiesta: ¿cómo sería ella sin ruido? Pomposo funeral. Un concierto de rock entonando la marcha fúnebre o la nupcial que es lo mismo. Setenta veces siete patochadas. Espejo sin reflejo, madre sin hijo, camino sin regreso.

Telarañas mentales

Alguien debe aclarar el enredo pues un profesional de la noticia tendría que estar obligado a la prudencia, ello lo llevaría al juramento hipocrático contrario a su religiosa libertad de expresión. Pero sí, también debe estar obligado a guardar ciertos armónicos, musicales, silencios.

Espacios que equilibren su cotidiana sordidez para dar tiempo a la reflexión, contemplación del quehacer periodístico aunque no sólo se habla del comunicador de medios, también de aquel mal llamado médico de la empresa, el organizacional y corporativo, en quien se cimientan las relaciones públicas y la imagen corporativa, los recursos humanos y la creatividad empresarial; ellos como ninguno se deben al secreto de confesión de las metas institucionales, su estruendo no debe oírse más allá de las paredes de la fábrica o el comercio. Pues aunque no juren a Hipócrates, se deben a la ética profesional y a la discreción.

Esa es la disonancia, ese es el desequilibrio mental. Los medios están haciendo girar al mundo cada vez más rápido, mucho más de un giga de kbps de velocidad; nuestra historia se acelera, el devenir ya va de regreso. Come sin parar la nota, el artículo, la editorial, el reportaje, sin detenerse a comprender la metáfora, deglutiéndola, fagocitando basura, sin tiempo para la saludable masticación del alimento informativo.

No se puede filosofar

Por eso, cuando surgió el libro La muerte del filósofo de Vicente Herrasti, parecía que hablaba del momento histórico de la no reflexión; novela cuyo protagonista es el lenguaje, tiene un título que hace pensar en la tesis de la profesión noticiosa actual. ¿Quién puede filosofar con tanto ruido? Sólo aquel que se aparte de los medios de comunicación. Y no se vale.

La defiendo por ser una noble ciencia a la que le endilgan hijos que no son suyos. Su nombre lo dice, son medios ¡medios! No fines. La gente quiere escuchar rock, que lo escuche y que aproveche el medio. Si desea aprender psicología barata, que prenda cualquiera de los canales de televisión en horarios matutinos, que aproveche el medio. Si desea ver al personaje de una telenovela en lugar de leerlo en un buen libro, que aproveche el medio.

O prefiere conocer las ofertas del día, que lea un periódico y que aproveche el medio. ¿Qué culpa tienen los medios de ser transmisores de información, cultura, educación y entretenimiento? ¿Son responsables de la receta que dio el médico en una entrevista? ¿Se le puede culpar al medio de mostrar la pobreza de una comunidad como si fuera el responsable del hambre que sufre? Sería irresponsable si no denuncia el cáncer social y el hambre intelectual de los políticos populistas. El medio muestra su madurez cuanto más denuncia, cuanto más conciencia genera en la gente. Pero que no lo culpen si con el afán de informar, se muestra como propagador de noticias que la gente no desea escuchar.

El juramento del comunicador

Que quede claro, los medios han pulverizado gobiernos, arrancado prestigios, satanizado santos. Citizen Kane lo pone en evidencia, pero debemos tener claro el imprescindible valor actual de contar con ellos. Sólo hay que pedirles, exigirles congruencia con su profesión. No les es lícito expresar como verdades las falacias, va contra su ética, contra su juramento.

Cientos de jóvenes egresan de la carrera de comunicación pero ¿están todos ello formados con los valores de la verdad? ¿Están conscientes de la delicada labor del bisturí que tienen en sus manos? ¡Esto es ya una carnicería! Los medios son más sangrientos que Freddy Krueger, y están pasando tijera para aliviar el corazón por las rodillas.

Urge ponerse a valorar con la ciencia, investigar, medir no sólo a las audiencias, también al daño en las conciencias. Que juren a Hipócrates, que juren por su vida, por su madre y por su padre que no habrán de alimentar al pueblo con escándalos amarillentos sin considerar antes las consecuencias. El mundo está frenético, pongámosle un freno reflexivo, unas pausas melódicas, un respiro a cada bocado, un análisis profundo de cada nota, de cada aspecto social.

¿Quién responderá?

Obliguémoslos a cumplir con el ordenamiento temático de las urgencias sociales, previendo el futuro que deseamos como sociedad. Los medios están en medio de la polémica mundial, y no son las leyes las controladoras, sino los espacios culturales, las academias, el consejo de sabios que no es el senado, sino los letrados, las ONGs. (Organizaciones no gubernamentales), las universidades y colegios. ¿Acaso un político va a ponerles fin? Lo descalificarían los propios medios.

¿Serán entonces los jóvenes ávidos de revoluciones sociales, hartos de falsedades? Los descalificarían también. ¿Serán las madres de familia, rectitud por excelencia? Las descalificarían por santurronas. ¿Acaso las iglesias? Lo mismo. ¿Quién queda? ¿A quiénes no pueden vencer con argumentos? Ya lo dije: a los sabios, al grupo privilegiado de la sociedad que comprende, que filosofa, que conoce el futuro de cada acción.

Aquellos que tienen en sus mentes el poder de predecir el caos que se avecina con el hambre mundial, todo por la mentira de los medios, vendedores de productos de belleza para las medusas o panaceas de la salud corporal, los tintes, las barras de granola y los poderosos sortilegios de un político hablador.

Ética del comunicador

¿Cómo querer limpiar las cloacas con agua sucia y carroña? ¿Cómo dar de beber al sediento unas papas fritas? Los medios se deben a la ética igual que un médico. Se deben a las pausas reflexivas igual que los silencios a la música y los políticos a su pueblo. Un buen comunicador debe sobrevivir a las más duras pruebas de credibilidad, honestidad, respeto, tolerancia y dignidad.

Los planes de estudio de los comunicadores deberán ser teñidos con profundas investigaciones sociales, análisis críticos de los contenidos, hasta deberían pasar la prueba del polígrafo, pasando por la jurisdicción del lenguaje sin olvidar que su retórica persuasiva es capaz de mutilar en la mesa de operaciones cual bisturí, destazando al pueblo sin piedad.

No podemos dejar pasar a los alumnos corruptos desde los exámenes, pues ellos tendrán un arma muy filosa en sus manos: la manipulación de las conciencias sociales y la seguridad nacional.

La farándula que rodea a los medios es otro peligro inminente, como si el médico se juntara con borrachos y drogadictos, ávidos de operar al paciente de su amigo. Tarde o temprano convencerán al galeno para quitarle el escalpelo y cual carnicero atizar las reses del matadero. Infinidad de artistas controlan a los medios de manera profesional, al igual que los políticos; ¡cuidado!

Tiempo para pensar

El comunicador debe tener mucho cuidado y para ello le hacen falta los espacios silenciosos de reflexión, de análisis para comprender el enorme daño que pueden estar causando. Volvamos al comunicador un filósofo, que aprenda a observar que debajo de la piedra que ha de levantar puede estar un alacrán, ponzoñoso, letal.

Han pasado años desde la Guerra del Golfo y aun no se ha distinguido su causa formal, todavía se manifiestan las dudas especulativas y todavía no para, pues una guerra ocasionó otra.

No podemos pedir que los volvamos ermitaños desprendidos del mundo, pero si podemos exigirles que no actúen como rebeldes inconscientes, sin mirar las consecuencias de su frenética borrachera estruendosa, glamorosa; y para evitar la cruda de la nota roja de la juerga de anoche, bebamos otra, permanezcamos borrachos y ahoguemos, compadre, nuestras penas en una noche más de copas, en una noche más de escándalos. ¿Cuándo estará sobria esta beoda sociedad noticiosa? Les informo que será noticia cuando no la haya, cuando un silencio sepulcral calle a los medios llenará las ocho columnas de todos los diarios ¡Silencio, el mundo no gira!

Filosofía del comunicador

De nada sirve que en Barcelona se reúnan en un Forum, si los comunicadores no lo consideran noticia. “Si no hace ruido no pasa” parece la consigna. Ruido, ruido, ruido. ¡Y no se han dado cuenta que el ruido es una causa para que el mensaje no llegue al receptor! Y al grito de qué, quién, cómo, dónde, cuándo y por qué se les ha olvidado el para qué.

El comunicador y el médico debieran parecerse un poco más, considerar su objeto de estudio como delicado, su campo laboral como respetable, en condiciones higiénicas, pulcro. Los profesionistas no han optado todavía por la mejor parte que puede tener un comunicador, ese ser honorable y digno de confianza, guía, consejo y compromiso. Para ello falta mucho, pues el dinero rápido es más tentador.

¡Es que es una empresa, es un negocio! ¿Y qué? ¿Qué acaso no existen negocios honorables? ¿No pueden ser los medios ecológicamente sustentables? ¿No se puede pensar como una industria no contaminante? Claro, es más fácil venderse al mejor postor y descalificar así a una encomiable, laudatoria profesión del comunicador; ellos pueden ser los ojos del ciego, pueden ser los oídos del sordo, las manos del manco y la suerte de los infortunados, pero prefieren ser los cómplices del asesino, las garras del avaro, las balas de la guerra.

Todo un compromiso con los lectores

Son medios pero como todo medio pueden no transmitir el mensaje como es, codificando y decodificando mañosamente, haciendo que los sordos sean más sordos y que además los vuelvan ciegos. ¡Qué daño puede hacer un profesionista mal preparado! ¡Cuánto duele un secreto cuando es contado! ¿Cómo acabar con ese cáncer con un cuchillo oxidado?

Comunicadores del mundo ¡Uníos! Por la dignificación de nuestra profesión, por la hipocratización de nuestras convicciones, por el bien social, por el mundo mejor, por la armonía melodiosa del ritmo mundial. Hagamos el llamado antes que los cultos también caigan en la confusión binaria del ruido sobre el mensaje. ¡Polígrafos a todos los comunicadores! Rayos X para transparentar la profesión y dignificarla.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *