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A lo largo de la historia de la humanidad podemos encontrar caudillos de la más diversa índole, buenos, malos, abusivos, dictadores, guerrilleros. Un caudillo, según el diccionario, es una “persona que guía y manda a un grupo de personas, especialmente a un ejército o gente armada”. Una vez que se toma el control, el mando de un país, ¿qué necesidad tendría un “líder” de seguir la lucha, la guerra, las matanzas? Sentado en la conocida “silla presidencial”, el tipo debería volverse más “ejecutivo”; ya no estamos en tiempos de la revolución ¿o sí?

¿Caudillo por decisión?

Si nos metemos en la cabeza de un revolucionario más o menos promedio, como muchos casos en la historia universal, llegan a encabezar, dirigir y controlar ejércitos por un motivo casi siempre claro; es decir, hay una necesidad latente de actuar para liberar de la opresión, para defender un territorio o conquistar uno nuevo. No se vuelve uno caudillo sólo porque se me pega la gana. Bueno, si hay excepciones, por ejemplo, Napoleón Bonaparte, quien era un tipo que desde joven se le metió la idea en la cabeza de gobernar, si no al mundo, al menos a Europa. Y vaya que le vendió la idea a miles de franceses.

¿Caudillo por votación?

Álvaro Obregón
Álvaro Obregón

Hay pocos casos en la historia que pudieran considerarse “electos democráticamente”. Ser un caudillo implica una personalidad fuerte, hábil en la dirección de grupos, gente con metas claras y conocedor de estrategias, generalmente de guerra. Los hay más políticos que violentos, como Agustín de Iturbide. Conocemos a otros que son sembradores de sangre, como Álvaro Obregón[1] que fue matando uno a uno a otros caudillos de la misma revolución como Venustiano Carranza o Pancho Villa. A nivel mundial, tenemos a Alejandro Magno o a Simón Bolívar. Nobles o no sus intenciones, conquistaron gran cantidad de territorios e impusieron sus regímenes militares.

¿Cómo comprender a un caudillo sin armas?

Los mexicanos no necesitamos ir muy lejos para conocer a personajes que, sin el empleo de armas, tomaron el poder más por la fuerza que por la elección popular, como Salinas de Gortari, por mencionar sólo uno de la larga lista. Se colocan en el momento oportuno para suceder al presidente en funciones y como por arte de magia, heredan sin más el control de la nación. Tienen armas, desde luego, se vuelven líderes supremos de las fuerzas armadas del país; siguen con baños de sangre como en Tlatlaya, Tanhuato, Nochixtlan; siendo que cuentan con recursos económicos, humanos y hasta culturales para evitar dichas matanzas.

Si el fin justificara los medios, no tendríamos planeta. Clic para tuitear

Maquiavelo da la clave

maquiaveloNicolás Maquiavelo (1469-1527), filósofo y politólogo en la época del Renacimiento italiano, en su obra “El príncipe”, desglosa en una treintena de capítulos las acciones que un gobernante, resumido en la figura de “príncipe”, debe realizar para llegar al poder y conservarlo. En su época fue criticado por un pésimo resumen que se hizo de su obra como “el fin justifica los medios”.

En realidad, él sólo se dedica a realizar un análisis de la legitimación ante un pueblo de la presencia y acciones de quien lo gobierna. Si el “caudillo” llega por imposición, deberá siempre mantener el miedo. Si llega por elección, podrá contar con el prestigio y reconocimiento de su pueblo si se dedica a acciones que beneficien la calidad de vida de los habitantes del territorio gobernado. Señala que el bien común radica en el poder y fuerza del estado, que no debe subordinarse a fines particulares. ¿Lo escuchó señor Peña?

¿Elegir caudillos para que nos gobiernen?

Hoy día, el ejercicio del poder ha sido vendido al mejor postor. ¿Mejor? Al que pague más, en realidad, al que prometa respeto a los negocios sucios de los criminales, de las grandes trasnacionales, de la nación estadounidense; totalmente en contra de los intereses de los pobladores.

¿Dónde está el error?

En ninguna parte del mundo, los gobernantes producen riqueza para el país. Quienes en realidad generan productos, infraestructura, proyectos y progreso son los trabajadores; quizá con la buena conducción de algún creativo emprendedor (si no se ha sentado en sus laureles). Los gobiernos son parásitos, viven de la contribución del pueblo. No producen, por el contrario, mal gastan los recursos. Se dicen defensores de los intereses de la ciudadanía, mientras extraen los recursos públicos para beneficio propio. Consolidan sus relaciones con otros políticos para conservar el poder a costa, incluso, de matanzas y desapariciones.

La persona más buena puede convertirse en criminal con un poder tan ilimitado. Clic para tuitear

¿Dónde está la solución?

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El pueblo es quien debe mandar, no en el sentido autoritario, sino quien expresa su sentir y toma las decisiones vitales. Por tanto, debe exigir a sus empleados los políticos que cumplan con sus compromisos, que actúen con justicia, respeto a los derechos y velen por la seguridad, la libertad de expresión, el progreso. Si no exigimos, si no nos manifestamos, si no leemos y nos enteramos del estado de la cuestión, llegue quien llegue a la silla presidencial, nos seguirá engañando. No queremos caudillos, necesitamos ser nuestros propios defensores de la tierra, la vida y la nación.

 

 

[1] Matali, Hernández, Humberto. “Desfile sangriento de Álvaro Obregón”, tomado de: http://elsoldesanjuandelrio.com.mx/oem/notas/n1413716.htm el 4 de octubre de 2016.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

Un comentario en «Un caudillo en la silla presidencial»
  1. […] el tipo debería volverse más “ejecutivo”; ya no estamos en tiempos de la revolución ¿o sí? Lectura completa aquí (redirigimos por bloqueo en […]

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