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No es ocurrencia del destino toparse en este miserable mundo con noticias tan siniestras como los feminicidios, la indolencia de unos, inacción de otros, dejando de lado la tristeza infame de perder a una hija, un sueño, la esperanza humana del florecimiento.

¿Cuánto vale una mujer?

No hay soporte para la pregunta, que de retórica está hecha, para internarse en el infierno que ellas viven al pasar por este mundo hecho para los hombres. Y que occidente al menos lo dice reconocer, que en oriente peor estamos bajo burcas, madrizas y harenes; no exentamos la materia del respeto, el valor y el reconocimiento a su gran estirpe, a su loable perfil de madres y género valiente, amoroso, dedicado.

No cabrían en este espacio tantas cualidades, de ahí que no se entienda la magnánima estupidez de ignorarlas tan solo. Somos parte de lo mismo, necesitamos tanto de ellas como de su exquisito gusto en la cocina, de su amante capacidad de diálogo e interminable aprecio por la naturaleza. Hay del mundo sin ellas, que si poco más las escuchamos, tendríamos orden, paz, justicia y libertad.

Los feminicidios son humanicidios

Día de la mujer, 8 de marzo

Darse por vencido de conquista a una mujer y hacer uso de la vía rápida para tomarla por la fuerza es, además de ruin y pervertido, malévolo y siniestro, aceptar la derrota, pretender ganar batallas sin pelear; tan idiotas como los dictadores que se imponen sin consenso, ¿Cuánto vale así su humanidad? De ese modo exponen al mundo la limitada masa cerebral que los compone, incapaces de ser alguien por las buenas.

Hacerlo así, sin convencer, obligando, es reconocer que no son humanos, son bestias involucionadas que lejos de merecer la cárcel, se vuelven bichos rastreros indeseables cuya perfecta morada es un chiquero, un lodazal, una isla desértica o un asado después del matadero. Ser tan inhumanos como ellos, es merecido degradarles a razas inferiores. ¿Cuánto vale una rata? Estos tontos valen menos.

¿Hace falta una pelea?

Cual si fuera un épico torneo medieval, la lucha por ganar el amor de una mujer, no requiere como antaño, el enfrentamiento corporal a muerte por ganar su aprecio. Siempre han tenido inteligencia, poco lo hemos reconocido a lo largo de la historia, y no hay mejor prueba de ello, que intentar vencerles en un debate. Su retórica es sublime, sus nociones trascendentes y para colmo de nuestros males, basta con mirarles para caernos a sus pies.

¿Para qué la brutalidad masculina? Fue de ellas que aprendimos a solucionar los problemas con astucia, a tornar la valentía de sangre a la capacidad arrebatadora de la verdad sobre la mentira. ¡Qué maricas son los hombres que sólo pueden demostrar superioridad con la fuerza bruta! Son orangutanes instintivos retrógradas cuya intelectualidad es nula, no merecen el título de humanos.

Más mujeres que hombres

Bien sabemos los caballeros que sin ellas somos nada: sucios, desorganizados, mediocres, insensibles, insalubres; ni siquiera somos hombres en el más inteligente y en el más vulgar de los sentidos. En ellas encontramos el amor de madre, de esposa, amante, amiga e hija. ¿Cuánto vale una mujer? Si en ellas completamos nuestro perfil más puramente masculino, sin pretender menospreciar a los términos medios que igualmente saben valorar la diversidad que reclaman.

¡Cuánta falta hace en el mundo el valor y coraje femeninos! Hemos creado un planeta demasiado masculino con los mismos anti-valores que nos distinguen solos: sucios, desorganizados… Apostemos por la inteligencia de esta raza facilitando a ellas el espacio que no sólo merecen, sino que necesitamos.

Pongamos un caso hipotético

Si este mundo fuera sólo de hombres, independientemente de la solución que la madre naturaleza diera a la procreación, la raza ya no existiría. Nos habríamos matado a golpes. No tendríamos más valores que el territorio y la defensa, quizá algo de lealtad por la milicia o tal vez un poco de valentía. Seríamos poco más que hordas en clanes agresivos, incapaces de lograr avances en la ciencia y la tecnología, buscando soluciones rápidas a los problemas, pero poco inteligentes.

La naturaleza sabia nos propuso la ambivalencia en dos entes diferentes pero complementarios. Poco a poco cada uno ocupó su lugar, el perfil que le correspondía dependiendo de sus cualidades. No somos sin el otro a estas alturas evolutivas.

Pugnemos por la igualdad de género

Sin pretender la equivalencia, seamos más propensos a mezclar nuestras ideas, a valorar al sexo opuesto, redimiendo la sabiduría que en el camino hemos dejado. Abriendo espacios a la discusión de los problemas con equilibro de género para soñar con un mejor futuro, ajeno a estas infames desgracias bestiales de los feminicidios.

Bestias seguirán rondando por nuestro mundo si no abrimos más este diálogo, si no lo equilibramos, si no sopesamos las ideas vistas desde ambos -o sendos- ángulos. Rompamos los paradigmas, reinventemos el futuro con valores realmente humanos y no andemos vagando por los clanes cavernícolas que hoy se han vuelto insoportables, execrables, despreciables. Reivindiquemos el papel de la mujer y de paso, seamos más hombrecitos.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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