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Lo que quieras escuchar: Era como en Alicia en su país de maravillas, pero más barato. Un lugar, sí mágico, sí de cierta escenografía brillante, como forrada de lentejuelas. Alegría y jolgorio, fiesta y diversión. Eloísa apareció sin explicación alguna en ese gran campo donde todos jugaban, gritaban berreando pasiones inútiles.

Caminó como queriendo no hacerlo, despacio, temerosa. Abrumada por la algarabía, prefería sentarse para no sentirse atrapada por el estupor que sus oídos apenas podían soportar; sus pies, sin embargo, le seguían impulsando con esa prodigiosa nube de fantasía. Un hombre vestido de negro se acercó cuando ella estuvo al alcance del camino más próximo a la reunión de seres casi míticos, no eran ni hombres de hojalata, ni conejos; eran simples seres imaginarios vistiendo estrafalarias botargas que a más de uno causarían terror.

Ella se sintió ahí de repente, como imaginando los significados de las palabras en un libro. ¿Alguna vez nos metimos en esas locaciones producto de la narración de un texto? Así estaba Eloísa. El hombre de negro le dijo:

―No temas, mi nombre es Jesús; voy a guiarte por este maravilloso mundo gozoso. ¿Estás lista?

―Preferiría volver a casa ―explicó temerosa Eloísa, que a juzgar por la vestimenta de Jesús, resentía cierta acidez estomacal.

―Hagamos un trato, ¿cómo te llamas?

―Eloísa ―respondió temerosa.

―Si no te gusta, en una hora yo mismo te llevaré de vuelta a tu mundo. Ahora sí, ¿estás lista?

Lo que quieras escuchar

Asintiendo sin mayor impulso, se dejó acompañar por Jesús, el personaje que serviría de guía por aquella francachela, claramente impregnada de movimientos intensos entre todos los presentes.

Abriéndose paso entre la multitud de actores en esa escena misteriosa, llegaron al centro de una pista donde se erigía un gran altar en forma de sillón gigante que en su núcleo albergaba una diminuta puerta hacia donde caminaron Eloísa y Jesús, sin tomarse de la mano.

Una intensa luz provenía del interior. Al ingresar era un pequeño palacio con un gran rey en el trono, cubierto con su manto, más que de un terciopelo rojo, de una capa gris sin chiste; el hombre más o menos joven le sonrió al verla llegar y Eloísa no sabía cómo reaccionar.

―Ven, no temas. Quiero darte un regalo.

Más bien animada por la curiosidad que por algún tipo de emoción, Eloísa se acercó, cumpliendo su promesa de jugar el juego por una hora; de lo contrario, Jesús podría no cumplir su palabra de llevarla de vuelta a su casa.

―Quiero que elijas, pero piénsalo bien niña bella: ¿qué prefieres? Tomar todo lo que quieras para ti o escuchar sólo lo que quieras escuchar.

El acertijo era complejo. Ni siquiera entendía para qué le serviría una u otra opción. ¿Qué pasaría se decidía la primera opción? ¿Podría adueñarse de toda esa ciudad de fiesta y brillantes colores? ¿Sería dueña de las riquezas o quizá miserias de los personajes aquellos? ¿Tenían un tesoro escondido?

Luego de reflexionar, todavía pensando en cuál sería su decisión, pensó: ¿si escucho sólo lo que quiero escuchar me llevarían de vuelta a casa? ¿Me nombrarían la reina de ese mágico lugar? ¿Me llenarían de halagos? Al final, decidió la segunda opción.

―¡Perfecto! ―dijo el rey―. De ahora en adelante, escucharás sólo lo que quieres escuchar.

El rey levantó sus dos manos y toda la luz del castillo se posó sobre la cabeza de Eloísa. De inmediato, Jesús la tomó de una mano y ella le siguió hasta el exterior donde las risas y la emoción de los personajes le causaron una gran sonrisa. Sentía que algo andaba mal, pero todo lo que escuchaba le causaba gozo y felicidad.

No importaba que algún loco pregonero con nariz de cacahuate le gritara tonta, ella escuchaba cosas bellas. Jesús entonces pidió silencio y la música cesó. Se subió en un pedestal, orillando a Eloísa a hacer lo mismo.

―Quiero anunciarles que esta noche habrá una boda.

La multitud se llenó de gran felicidad. ¡Viva!, gritaban. Mientras Jesús esperaba nuevamente el tiempo para continuar su discurso. Eloísa seguía tomada de la mano y no comprendía aún el mensaje. Seguía feliz, como todos, gritó ¡viva!, al igual que los demás.

―Les presento a mi futura esposa: Eloísa.

lo que quieras escucharDentro del cerebro de Eloísa alguna voz opaca pensaba: ¿qué locura es esta? Pero ella sólo podía oír cosas que con toda el alma deseaba. Así que brincó de gusto y besó al novio frente a toda la enardecida población de los quiméricos, grotescos, disparatados y disfrazados personajes.

―¡Traigan al juez! ―Gritó Jesús.

En pocos minutos la boda se efectuó y ella fue cargada por las criaturas hacia una cueva. Jesús también viajó del mismo modo.

―¡Este es tu palacio! ―Dijo el esposo.

―Es hermoso ―respondió Eloísa mientras sus neuronas parecían olvidar a cada instante de dónde provenía; las voces que gritaban en su interior la aberración que estaba viviendo quedaban silenciadas por un hechizo que le obligaba a amar todo lo que escuchaba.

Lo que quieras escuchar

Así, con los días, se volvió como todos los demás. Olvidó su mundo, sus problemas; esas tontas ideas de vivir en la realidad, mientras ella era feliz, jugando con seres que imaginan ser héroes, emborrachándose con ellos, sufriendo paranoias psicóticas sin importar un comino que alguien pudiera estar esperándole más allá de las ilusiones.

Era tonto para ellos lo que sucedía en otros mundos, lo ignoraban, vivían en su esfera de cristal, apasionados con el juego y la fiesta, aunque todo aquello fuera material de utilería de un manicomio. Si pasaban hambre, era bueno para ellos. Eloísa, igual que los quijotes, se enamoró de ellos como si fueran príncipes de cuento, ingeniosos hidalgos que peleaban con molinos de viento.

No hubo una sola frase que ella, con su obligado optimismo auditivo, no sintiera como elogio. Le mintieran o le robaran un pan, ella sólo escuchaba laudes e himnos que satisfacían su ego. En sus cinco sentidos podría claudicar a esa eterna parafernalia. Pero estaba drogada, y por tanto, engañada, sometida a la voluntad de su rey y de todas las demás voces que dominaban su voluntad diciendo «lo que quieras escuchar».

Si vinieran otros seres del mundo de donde ella provenía y le dijeran que estaba mal, que la engañaban, la drogaban, la manipulaban y controlaban, ella se fascinaría y podría volver; pero si el hechizo perduraba, sería igualmente un objeto más de las circunstancias, jamás entendería una papa; para ella no habrá discordancia. Sólo escuchaba, lo que quería escuchar.

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Quizá roto el hechizo, podría saltar a la realidad, donde no todo es armonía, donde las penas se sufren, los muertos se lloran, el hambre arrecia, los poderosos abusan, los tontos no leen, la gente se mata, miente y abusa de otros. ¿Quién querría romper ese hechizo? En sus cinco sentidos volvería al dolor, al tedio y a la desesperación.

Por eso es mejor para ella, como para muchos, creerse los cuentos, meterse en las novelas, adueñarse del idealismo de los personajes. No despertar jamás, sin compromisos con la verdad, gozando la inocencia, pasando el mundo con insolente ignorancia.

Menos mal que los cuentos se pueden reescribir y las historias terminan por acabar. Así Eloísa un día, supo de los engaños, las falacias, esas falsas promesas y, aunque sufrió desengaños, aprendió a vivir con ellos, a no volver a creer en mentirosos, locos, bestias disfrazadas de ángeles y malditas cosas peores.

Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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