En 1964, en Reino Unido, surge una corriente de pensamiento que pretendía distinguir una cultura más terrenal, es decir, nacida de las personas en sus ámbitos naturales y no «creadas» como producto manufacturado y como factor del consumismo.
Procuran detectar el sentido de la realidad que tienen las comunidades, definiendo el concepto propio de su cultura, sus valores, significados y contenidos. No se trata sólo de definir sus hábitos sino de crear una teoría que los explique a partir de la conducta, las interrelaciones sociales, las costumbres, justificaciones sociológicas o entornos políticos, el tipo de cultura como la suma de sus acciones en donde se encuentran las coincidencias, la definición y diferencias de sus clases, la clasificación de las diferencias más significativas.
Por ello, los Estudios Culturales defienden su existencia al ofrecer un más amplio enfoque de investigación social; pues no se centran en las mayorías que reciben su influencia de la masificación cultural proveniente de instancias oficiales, medios masivos o círculos sociales preponderantes. Por añadidura entonces, se sujetan en visiones más puras de la realidad, en manifestaciones ya asumidas, a veces de las mismas fuentes, pero digeridas, dando la tarea de volverlos costumbre, de asumirlos.
La contracultura es acuñada en 1968 por el estadounidense Theodore Roszak, en una concepción muy similar a los Estudios Culturales. Basada también en el estudio de las masas en períodos considerables para extraer de ellas las corrientes, los pensamientos sociales, como logró definirse con el fenómeno hippie, el punk o la generación Beat. Quizá su única diferencia radique en que la contracultura sigue mirando como contraste la cultura dominante, mientras que los Estudios Culturales suelen olvidarse de ella.
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