No existe un país que sea totalmente independiente. Todos, de una manera u otra, dependen en cierta medida de los vecinos o tratados internacionales que hayan firmado, de las alianzas con países que les proveen cierto tipo de bienes necesarios para su subsistencia o protección. La independencia, concebida como tal, podría considerarse en la medida de la libertad para operar siempre en beneficio propio y no deberle favores a otros para verse orillados a recular, redirigir el timón o sufrir las consecuencias.
Depender tanto de la economía de los Estados Unidos, en el caso de México, le mantiene en vilo, sufriendo a cada instante por las tasas de interés que se determinan allá, asolando de miseria y pobreza a nuestros hermanos mexicanos. Si a una compañía que traslada dinero de allá para acá, se le ocurre incrementar el porcentaje de costo para los envíos, las remesas se reducirán, aunque se siga enviando la misma cantidad de dólares.
La economía mundial depende del dinero tanto como nuestros antepasados de sus cosechas. Si no hay dinero, lo sabemos, bien, no podremos viajar, vestirnos, comer, estudiar o movilizarnos. No somos independientes. Según el presidente, teníamos que bajarnos los calzones para dejar entrar a nuestro país a quien nos ha humillado, insultado, agredido; dependemos tanto de ellos que hasta los candidatos nos dan terror y les pedimos disculpas. Como país, tomamos decisiones terribles en otros momentos y hoy estamos pagando las consecuencias. No es problema de mantener relaciones con el resto del mundo, sino de habernos sometido sin fortalecer nuestra verdadera independencia de ellos.
Un buen número está más preocupado por saber cómo terminará la novela el viernes, si descubren al maldito violador de la protagonista, que por aprender de finanzas, economía y aportar ideas para la solución de los problemas. Consideran que cambiando al presidente habrán de salir adelante. Tenemos
Estamos muriendo pero ¿qué hay de malo en unas chelas? Nos estamos comportando como si el futuro, nuestros hijos, no fueran a pagar las consecuencias de esa decisión. Nos damos por muertos, decimos o pensamos: si estamos tan mal, pues ya no importa, dejémonos morir. Si de eso dependiera tu propia vida, se vale. El problema es que con esa desidia, estamos llevando a nuestras próximas generaciones a la esclavitud miserable, violaciones constantes, inseguridad, secuestros, prostitución, pérdida de la dignidad, etc.
Hagamos una fiesta en la prisión esta noche. Con la consigna de recuperar la libertad que nos arrebataron los políticos mexicanos y los tratados internacionales que firmamos. Diseñemos un plan de acción para recuperar nuestra tierra y recursos, cómo vamos a ayudar a quienes ni esforzándose pueden comer o estudiar. Propongámonos a leer, a estudiar más y conocer los problemas que tenemos antes que sea demasiado tarde.