El tiempo de reconstruir a México llegó. Suponiendo, por un momento, que no tenemos nada y nos encontramos en los albores de una civilización naciente, un conjunto de personas conviviendo en el mismo territorio, formando una familia con grandes diferencias sociales, decididos a conformar un conjunto unificado de seres humanos sin distinciones de raza, credo o condición.
El camino fácil y el difícil
Crear un comité pudiera ser una propuesta fácil, pero debido a la experiencia del México actual, no resulta una opción inteligente. Por tanto, convendría conformar grupos reducidos que discutan entre ellos para conformar sociedades de consumo, con intercambio de sus productos, donde todos satisfacen las necesidades de otros en formas de un tradicional trueque.
El encuentro entre comunidades vendría en segundo término, regulados por el diálogo entre representantes y retroalimentación con los miembros de su propia comunidad para alcanzar acuerdos que convengan a dos grupos distintos. Al lograr una participación en comunidades pequeñas y exigiéndose retos para alcanzar convenios con otras asociaciones similares, permitiría la inclusión, hoy día inviable dentro del sistema político.
La participación de las personas en la solución de los problemas, aportando cada quien ideas y recursos a niveles cuasi-familiares, cambiaría la perspectiva del esquema actual. Si, por otra parte, partimos del México carcomido y corrupto que tenemos, el resultado final será igualmente terrible, pues se deberá combatir (como en una guerra) la desigualdad.
¿De dónde partir?
Pero… ¿cómo reiniciar? No estamos en una ficción imaginaria de volver el tiempo atrás y refundar al país desde la etapa previa a la llegada de los aztecas al Anáhuac. Tampoco nos hallamos en una circunstancia en la que todos tengan el mismo nivel de volumen en sus micrófonos. Mucho menos en el nivel de preparación con el que todos entienden la problemática que vivimos. Por ello, el resultado en cualquier forma resultará catastrófico.
Por eso debemos volver a los principios básicos de la organización social, en donde los conceptos son simples y visiblemente convenientes o perversos para todos, sin importar su preparación y en el entendido de que, aún sin escuchar la opinión de millones, podemos estar seguros de aprobar legislaciones verdaderamente populares y prácticas en sí mismas.
El escenario de la democracia participativa
En primer lugar, elegimos un representante que no se adueña de la decisión, sino que simplemente unifica las voces de los sectores sociales, es decir, deben estar obligados a considerar el interés de las mayorías al emitir su opinión. Por tanto, no pueden subirse el sueldo si no lo merecen, según las opiniones ciudadanas. En ese escenario, el poder radica en la población, es el consenso social el que determina la aprobación de leyes.
La llamada democracia representativa es una falsa democracia. El voto se vuelve moneda de cambio. En contraste, dentro de la democracia participativa, el legislador es un simple empleado que reúne, recaba o investiga la preferencia del electorado y transmite a la Unión el sentir de los representados. Por ello, la primera evolución de nuestra sociedad radica en el involucramiento de los ciudadanos dentro de la toma de decisiones, ello requiere compromiso social.
Para que se resuelva el problema del compromiso de los ciudadanos que actualmente agoniza, es necesario contar con dos actores fundamentales: el maestro escolar y el informador o periodista. Ambos, en nuestro México demacrado y enfermizo, se encuentran amarrados al sistema; dependen del modelo sistémico que corroe a la sociedad: el político.
Vulnerabilidad de los actores
Si un maestro se encuentra discutiendo con sus alumnos los errores del sistema, puede perder su trabajo. Si un periodista procura publicar una investigación de corrupción política puede sufrir el mismo destino o la muerte, como los 27 comunicadores asesinados en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Podríamos asirnos a los valientes, cuya vocación es indestructible, pero son insuficientes ante la embestida mediática y el control metodológico en la educación mexicana.
Romper este lastre implica el compromiso de muchos activistas sociales en el fortalecimiento de la educación, revirtiendo el daño y propagando el compromiso de los entes sociales sobre la importancia del aprendizaje crítico, el rompimiento de las estructuras viciadas del sistema, la apertura mediática, el cambio de paradigma en la educación, la difusión a través de todos los medios posibles, especialmente alternativos, del material que despertará a la población del letargo impuesto mediáticamente.
El gobierno está sembrando miedo en la población para conservarla sometida a la voluntad de la casta política y ese es un enemigo al que debemos combatir; nadie tiene derecho a apropiarse de la tierra que compartimos todos. Ellos, sin embargo, con esa astucia demoníaca que les caracteriza, venden la riqueza natural de la nación como si fuera objeto privado de su pertenencia.
México nos pertenece a todos
Partir de esos principios es, en segundo término, el eje rector de la nueva nación. Definir quién o quiénes deben ejecutarla es un asunto que nos compete a todos. Sin embargo, la dificultad de hacer oír tantas voces, 120 millones, es tarea prácticamente inviable. Empero, los mecanismos no son tan complejos cuando se trata de conocer la forma de pensar de las mayorías; más ahora que las redes sociales facilitan conocer el interés de la ciudadanía.
Todo está en permitir la expresión de las personas y facilitar la recopilación de datos a través de cientos de encuestadoras a las que se les puede confiar, especialmente en la comparación de resultados. El problema está en que, tradicionalmente, las personas son engañadas, sometidas, manipuladas. Debiéramos sentirnos libres en nuestra propia tierra, pero eso tampoco sucede.
Escepticismo como base para el cambio
La libertad es un principio que debemos fomentar, difundir. Sometidos a ideologías pervertidas, lo primero que debemos difundir es la duda. Crear escépticos es una primera tarea que, pese a la manipulación, está dando los primeros resultados en México. Ya no se cree en las autoridades y eso, a la larga, puede darnos el respiro necesario para procrear las bases de un país más libre.
Queremos contribuir, pero no con rateros del erario. Esos que imponen cada día más cuotas y tarifas para cubrir la ineptitud administrativa de los recursos públicos o su voracidad, su criminalidad al desfalcar a los estados y al país. Es la duda en sus falsas declaraciones mediáticas la que permitirá influir en el pensamiento de libertad de las personas para decidir por ellas mismas el rumbo que debemos darle a la nación.
Por tanto, promover el pensamiento crítico desembocará en la libertad, que llevará a la participación social, influyendo de ese modo en la conformación de la nueva nación. Así que, como paso obligado, necesitamos la lectura, la preparación, la investigación, el análisis y la información. Son ellas el cimiento de una nueva patria, sustentable, propositiva, libre, diversa, dinámica y creciente. Es eso, o la esclavitud propuesta actualmente.