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planusCon mi reciente novela Plan para derrocar al presidente, me encontré con muchos lectores que, interesados en saber cómo derrocar al presidente, esos mexicanos que me llegaron a inspirar para escribirla, si habría alguna manera de lograr la destitución del presidente en nuestro país.

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Foto buzzfeed.com

El peor enemigo del presidente Peña Nieto no es AMLO, ni Donald Trump, ni siquiera su ineficiente gabinete. Es él mismo. Él ha hecho enormes esfuerzos por desacreditar su propia gestión; en primer lugar, habiéndose aventado a un cargo que le quedó muy grande; en segundo, enfocándose sólo a los congresistas para promover la aprobación de sus leyes, sin la anuencia de los ciudadanos. No le importó en lo más mínimo la opinión de millones que exigían ser escuchados para aprobarlas. En tercer lugar, dedicándose a pagar las cuentas que adquirió con sus amigos para llegar al poder como su padrino político Carlos Salinas de Gortari, su tío Arturo Montiel, el grupo Atlacomulco o los empresarios y procurando beneficiarse personalmente con las decisiones que tomó, como adquirir casa y departamento.

Fue ineficiente en el manejo de la comunicación en el caso de Ayotzinapa, que desde el primer momento minimizó y la bola se hizo tan grande que en varias ocasiones ha estado a punto del estallido social. Sumándole otros comunicados desastrosos para la imagen de la presidencia como: Tanhuato, Tlatlaya, Ecuandureo, Nochixtlán. Además de no dar respuesta rápida, se cargaba con la mentira histórica del ex procurador Murillo Karam y que en ellos, efectivamente, el Estado tuvo responsabilidad que deseaba ocultar.

Pedro-Kumamoto
Foto Facebook

Es tan mala su reputación que el país entero se ha volcado en su contra, aunque quiera presumir los pequeños logros que “casi no se cuentan” pero que según él, “cuentan mucho”. La oposición ha crecido mucho desde que él llegó a la presidencia (véa la columna de Pedro Kumamoto). Distintas voces alzan una y otra vez la voz para exigir su renuncia. ¿Se puede?

No, legalmente no. Me explico: Para empezar, si él renuncia, requiere que el Congreso de la Unión lo acepte, según lo indica el Art. 86 de la Constitución, y para ello la situación del país debería ser sumamente crítica (ese requisito se cumple a mares). Pero el tipo no renuncia, es terco, sordo y empecinado en seguir saqueando al país.

Debemos tomar en cuenta que hay formas de orillar al presidente a renunciar, pero no están en manos del pueblo o ciudadanos (de forma pacífica) pues en México no tenemos voz (acallados por los medios masivos) ni voto (es una democracia representativa en la que “cedemos” nuestro derecho a votar a un “representante” aunque en realidad no nos represente –situación muy común–). Son ellos, los representantes quienes podrían, si lo desearan, destituirlo.

pactoPara empezar, los legisladores, deben estar convencidos de que eso le conviene al país, pero ellos tampoco velan por la población, sino por sus propios intereses mezquinos, partidistas, económicos, políticos y electorales. Ellos son los mismos del Pacto por México que aprobó las reformas de Peña en el Senado y los nuevos de la Cámara de Diputados que están mayormente representados por el PRI y sus partidos satélites, además de sus aliados los panistas y perredistas.

Así que nos queda la única opción antes de una revolución: la presión social o resistencia civil pacífica; como están las cosas, vimos cómo la oleada de críticas al movimiento magisterial que surgió en Oaxaca y se extendió a Chiapas, Michoacán y Jalisco parecía finalmente germinar en una fuerza social organizada y los apagaron, impulsaron críticas considerándoles revoltosos, “mal educados”, llenando sus revueltas con epítetos descalificadores y desintegrando, como ya es costumbre, cualquier fuerza ciudadana.

maestrosMéxico necesita unirse; eso lo saben los gobernantes y dedican todo el presupuesto necesario a dividir las voluntades. Mientras no entendamos que debemos conformar fuerzas coordinadas, quizá sabiendo que no buscamos exactamente lo mismo, pero demostrando que no nos dejaremos amedrentar por los políticos y sus planes agiotistas, manipuladores y saqueadores, en ese momento podremos no sólo derrocar a un presidente, sino dirigir el timón hacia donde más convenga a la ciudadanía y no rumbo al plan de esclavitud que nos tienen preparado (y ya está funcionando).

No deberíamos permitir que los legisladores le rindan pleitesía al gobernante en turno, aprobándole las leyes y reformas que propongan sólo por darle gusto, por ganar puestos de poder, por llevarse una dádiva corrupta, etc. De hecho, bajo las actuales circunstancias, el presidente no debería tener permiso de salir del país hasta que renuncie, nadie debería saludarle ni en eventos públicos, en cualquier declaración ante los medios deberían enunciar la frase: ¡que renuncie! Ahí es donde nos damos cuenta que no sólo debemos derrocar al presidente sino a toda la casta política que le permite seguir moviendo los hilos a su antojo. El presidencialismo ha vuelto y no dejarán que se vaya a menos que nosotros lo exijamos al unísono.

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Por Joe Barcala

José Luis García Barcala, Joe Barcala, es Maestro en Literatura y Licenciado en Comunicación. Nace el 6 de septiembre de 1967 en el Puerto de Veracruz. Tiene 8 obras publicadas y publica en distintos espacios.

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