Rumiando haces floja a tu digestión, observando no cambias a un país

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Observando no cambias a un país: Hoy tengo necesidad de un sacrificio, no de uno cotidiano y necio, no como aquel que se repite sin cesar en los púlpitos de la prostituta babilónica sino uno sangriento y muy real. No es tiempo de serenidad sino de intolerancia, rebeldía y coraje. Porque no suelo adular ni contemplar la brisa al pasar, busco quizá sin encontrar su causa y las posibilidades de su efecto en el tiempo.

Mi vida no quiere ser ascética donde se aprecian estrellas en el baile infinito de una eternidad sin prisas; en cambio, deseo la constante vibración de un átomo, la inquietud de un joven intrépido aunque me parezca a una estrella fugaz.

La sangre es símbolo

Quiero sacrificar para promover un nuevo cambio, uno más, de esos constantes y frecuentes que rompen la monotonía, para no pensar con melancolía en los días que por instinto subía y bajaba la escalera que aprendí a usar todavía en pañales. Sin remordimientos ni temores, sin angustias ni pesares, que si la vida de algo sirve es para gastarla, absorbiendo de ella como si alguien más quisiera quitarnos el dulce del recreo.

¿Con sangre cambias a un país?

Que con la sangre se conmueva el mundo entero, que empuje conciencias apagadas, que revuelva ideas obsoletas y se desprecien de una vez los vientos añejos de contaminados teólogos y monjes enclaustrados. Hacer renacer el valor humano per se, sin ataduras dogmáticas, sometiendo y sobajando feligreses guillotinados en sus neuronas.

No quiero estacionarme, prefiero acelerar, viajar, moverme, salir; no importa si piensan que huyo de algo, ni me preocupa el sentido de las palabras de quienes ofenden para vaciar sus angustias personales. Yo tengo ganas de vivir hasta que se acabe la ruleta rusa, porque me consta que es peor la vida inútil que la muerte y ese delicioso sabor a meta cumplida.

Desprecio a su propia sangre

Que pena por los sacrificados pero a diferencia de ellos, yo si le daría valor a su sangre, misma que desprecian con su inmovilidad, pasividad enfermiza, depresivos acomodados lamiendo sus heridas. Así, no cambias a un país. Quiero que se contagie el mundo de mis baterías, que no se conforme hasta que un solo hombre o mujer sacie su hambre, hasta que la teoría del todo se complete y el progreso sea compatible con el medio ambiente.

No pararé hasta verlo así o morir en el intento. Sé que si no me detengo, promoveré el flujo de energía de quienes me rodean y juntos, al final del camino, entregaremos las cuentas a las nuevas generaciones. Antes por hacer rodar la sangre, conquistando, imponiendo guerras hacían la paz y se volvieron héroes. Seamos pues esos próceres que la humanidad, y no la patria, requiere.

Que una fiesta no es fiesta si la gente está sentada contemplando a los demás. Se debe salir al baile. Como si la mujer fuera a caer en nuestros brazos sólo por verla. Para ello tenemos que inventar diálogos y gracias varias que así la conquistaremos, pondremos nuestra bandera y uniremos nuestros reinos.

Sangre como sacrificio

Quiero que la sangre ruede para que los campos se nutran de angustias, de hombres y mujeres llorando por ausencias y que les revuelvan las telarañas acomodadas en círculos de confort. Que unan a las comunidades en objetivos comunes, por su seguridad, su progreso, su lucha. Parece que tenemos grabado en los genes el espíritu de combate, que algunos ya olvidaron en cómodas hamacas, aletargados en insufribles mezquindades, en individualismos perennes.

Que si el hombre es hombre es por su sociabilidad. Si no, es alguien no definido aún.  Ni siquiera aparecen en los mapas. Olvidados en los campos de las batallas de otros. Desapercibidos. Insignificantes. Si alguien es importante es porque otros le vieron así. Nadie importante fue así sin la mirada de sus admiradores.

¿Cómo cambias a un país?

Por el momento no importa que derrame la sangre en el sacrificio buscando la felicidad, que ya llegará con el resultado de las acciones, cumpliendo el deber de un ser inquieto, impasible, alterado, rebelde, insatisfecho. Sin embargo, de nada servirá tanto baile y jolgorio si tú no quieres moverte conmigo.

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