Roma, una película diferente

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Acostumbrados a las producciones aceleradas a las que nos tiene acostumbrado Hollywood y los intentos emuladores del cine mexicano por cumplir con las demandas de un público exigente, creado con los mismos estándares estadounidenses, llega Roma, la película de Alfonso Cuarón que de entrada tuvo censura de parte de empresas distribuidoras nacionales por no ver en ella una promesa de negocio de gran escala.

¿Qué tipo de lentes deben usarse para verla?

Quizá lo que no hemos notado es que como humanos del Siglo XXI, nuestra  vida acelerada, de impacto audiovisual que ya usa la ciencia para atrapar en los primeros segundos a las audiencias frente a un vídeo, y teniendo como principal pecado el abandono de los libros, somos una sociedad que no se detiene a reflexionar, a detenerse en apreciar los detalles y esta película no sólo requiere una audiencia paciente -escasa-, sino que obliga a reconocer las minúsculas aristas, curvas y pendientes de una realidad que muchos vivimos en el pasado de hace casi 50 años.

Me maravilla, he de reconocerlo, el sorprendente realismo con que ha sido creada esta película: hasta las paredes, pisos, cerámica, los vehículos (quizá lo menos sorprendente porque lo hemos apreciado en distintas películas), pero es que hasta los personajes en su paz, sin celulares ni internet, en la ignorancia generalizada, en los anuncios espectaculares, es meticulosa su creación artística.

Roma, una película diferente

La trama se centra en Cleo, la sirvienta de una casa de clase media y su encuentro con un muchacho que la seduce y embaraza. Sin importar las recientes metodologías creativas del cine donde hay tomas breves para no dar tiempo al espectador de pensar en los detalles, para mantenerlo atrapado a cada instante, aquí ese recurso se utiliza de modo distinto: aprecia cómo han sido recreadas las situaciones, cómo se reconstruyeron los ambientes, cómo era la relación familiar con la servidumbre, cómo se fumaba en los hospitales y se usaban las armas para la recreación, con sobrada imprudencia.

Si un milenial no la disfruta, quizá es por eso. No le tocó vivir ese mundo y no le será sencillo apreciar el arte, la fotografía y la paz de salir a la calle sin miedo. Las críticas principales se centran en la trama diluida dentro de un entorno que existió y ya se está olvidando. Contrasta con nuestra realidad severamente.

Quizá nos estamos olvidando de algo importante

No es sencillo reflexionar, pensar, entender. Yo con suerte la vuelvo a ver, pues, igual que un buen libro, me saca de la realidad que vivo y termino hundido en otra, en la vida desde un ángulo que no viví, pero que sucedió: una chica de la servidumbre en mi propia casa quedó embarazada y hoy, ni siquiera recuerdo qué fue de ella. Entonces ni sabía cómo sucedía ese milagro de la vida.

Gracias a Alfonso Cuarón y su equipo de cineastas, actores y productores, puedo recorrer el telón de la memoria y reconsiderar las situaciones como deslizarme por el barandal de la escalera o comer un Gansito como premio de mi abuela. Recordé al Oso, mi perro que siempre vivía en su jaula y la pesadilla de limpiar sus heces quedaba en las sirvientas o en mi madre que, sin quejas, cumplían con sus tareas domésticas.

Claro que veo emoción y vivo apasionado las intrigas de los personajes. Me llevó a la época cuando la sirvienta de mi tía se ahogó en la playa de Chelem, Yucatán, porque no sabía nadar. ¡Yo iba en la ambulancia con ambas hacia Mérida! ¿Cómo es posible que una historia en blanco y negro, lenta, que recurre a tomas simples de paneo o estáticas por más de medio minuto en casi todos los casos, nos pueda cimbrar del modo que lo hizo Roma?

Críticos y demás

Claro que el cine nos ha acostumbrado a historias de héroes, villanos, los de arriba, los líderes. Esta historia, diferente, no inaugura pero sí refuerza esas narrativas en las que los actantes (como lo explica Mieke Bal) simplemente viven, fuera de estereotipos y curiosamente, deja de lado otros tópicos recurrentes como la muerte, el amor o la lucha entre el bien y el mal para transportarnos a un ambiente en el que las cosas sucedían lentamente, justo como la estrategia narrativa de Cuarón.

El blanco y negro es maravilloso también, aunque en este caso, sí hubiera aceptado el manejo del color, quizá habría acercado más a esa evocación histórica que pretende, y no sólo como un recuerdo vago en vías de extinción.

El final no es un final, quizá saliendo de los mismos estereotipos de los que hablamos antes, la propuesta parece frívola, pero a mí me ayudó a recordar muchos otros acontecimientos que la película no retrató, porque no me dio el punto final, porque no me dejó enmarcada la historia entre los corchetes de una introducción y una conclusión, sino que nos metió a ver la cotidianidad de Cleo y nos dejó en esa misma tarea diaria de lavar la ropa.

Los arrabales son, sin lugar a duda, una de las mejores fotografías que, tristemente, persisten sin cambio en nuestros días: bajo los aeropuertos, de caminos fangosos y puentes de tablas, camiones guajoloteros, paredes con pintas y espectáculos circenses ligeramente evolucionados hasta nuestros días. Perros callejeros, merolicos, camoteros, cierre de calles para el paso de las bandas de guerra y muchos otros detalles que, a vistas del espectador del Siglo XXI, poco han cambiado.

No pretendo convencer

Creo que, tal como lo propone la película, no es la apuesta por obligar a un espectador a quedar convencido sino a presentar una propuesta que invite a la reflexión, al contraste, a la introspección. Increíble que el médico se llevara los libreros de la casa y dejara los libros… creo que eso dice mucho de la apuesta del cineasta… y la mía.

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