Pandemia con dinero y pandemia sin dinero.

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Que no es lo mismo tener que sufrir los estragos de una pandemia desde diferentes posiciones socio-económicas. No lo es. Mientras a unos les llueve, a los otros se les inunda.

En este momento, millones sufren ya verdaderas crisis económicas causadas por la pandemia. Por lo general, se les acaba el sustento a las pocas semanas a esos pequeños negocios familiares si tuvieron que cerrar sus puertas debido a las recurrentes contingencias que provocó la pandemia del COVID-19, en tanto que otros, con mayores recursos para soportar, incluso han visto nuevas formas de hacer negocios.

Si tienes dinero, es sencillo recurrir a tus ahorros, si no lo tienes, para colmo, tendrás que endeudarte, poniendo en riesgo tu pobre patrimonio.

Con dinero podrías salvar tu vida y sin dinero perderías a un ser querido; porque tendrás acceso a mejores médicos, tratamientos e incluso placebos que te dejarán dormir o lo verás siendo internado en una clínica y te lo entregarán en una caja. He ahí las diferencias serias de una persona que tiene los recursos para hacer frente a estas contingencias de quien no posee más dinero que el necesario para comer hoy.

Si te despiden de un trabajo, ojalá tengas un terreno para hacer frente a la situación o te verás comprando despensas económicas y no morir de inanición. Todos sabemos que, o tratas de ganar más o tendrás que gastar menos, no hay otra solución cuando los números se quieren ir a rojos.

El maldito dinero sirve para acceder a una educación de mejor calidad, experiencias de viajes al extranjero que te habrán enseñado a encontrar fuentes de ingreso alternativas en casos de desastre. Sin eso, a lo más que aspiras es a chocar contra enormes muros desesperantes, puertas cerradas, despidos masivos, abogados de oficio, desalojos, alimentos en mal estado, enfermedades, hipertensión, nervios de punta, traumas y demás cúmulos perversos de los círculos de miseria. Para verlo, tendrías que haber pagado la luz, si no la han cortado ya.

Los tres cochinitos pudieron hacer su casa de cemento, pero algunos no tienen ni para la paja de una choza. En el primer ventarrón se quedarán en la calle. Si es casa de madera, sólo ruega porque esta inundación no te deje sin tus ya reducidas a básicas comodidades. Si el que nada debe, nada teme.

Los montes de piedad están llenos de gente sin piedad, aprovechándose de gente sin dinero y de escasa propiedad. Es el maldito vicio de enriquecerse a costa de la ingenuidad, tener educación cara para no tener la más mínima conmiseración con el resto de la humanidad.

Pareciera que hacer negocios es encontrar el camino para romper la civilidad con toda legalidad. Que sea un vicio para ganar pisando la dignidad. Enriquecerse sabiendo que lo vendido está podrido, que no pasará de mañana, si es más cómodo cerrar los ojos cuando se tiene la cartera llena.

No es lo mismo tener el colchón suave y el techo resistente que la cama dura y las láminas del techo volando, ni es lo mismo atender un infarto con desfibriladora que a mano, en casi las mismas condiciones médicas, pero en distintas posibilidades económicas.

Qué más da si hay que perder el tiempo encerrados en las casas por uno o dos meses, si unos pueden ver todas las series de Netflix y otros se la pasan horas enteras calentando los frijoles con leña por no tener una olla exprés de última generación. O releer con paciencia las mejores novelas de la biblioteca en lugar de pasar días enteros buscando trabajo en una sociedad que cierra puertas a quienes no pueden leer porque todavía no hay nada para comer.

No es lo mismo y nunca será igual, así que vayamos pensando cómo es que nos acostumbramos a este mal. Las condiciones de esta carrera por acumular riquezas, tras las murallas de un castillo impenetrable en el centro de los cinturones de miseria, es tan desproporcionada e injusta, que difícilmente se puede considerar a este gran conjunto como humanidad.

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