¿Quién debe preservar la libertad de expresión?

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El hecho mismo de la acción de legislar

Ya sea por el hecho de justificar que el Estado debe encontrar la forma de financiar sus gastos o hacerse de recursos monetarios que le permitan hacer frente al inevitable gasto público o simplemente porque como legisladores ocupar el tiempo en la viciosa forma de preservar el control sobre la vida de los ciudadanos, el arribo de esta modernidad en la que un inversionista, comerciante, industrial o tendero que requiere dar a conocer los productos o servicios ha creado una eficiente y productiva tarea conocida como publicidad atrayendo clientes, no es más que una variante de la libertad de expresión  apresada, coartada, limitada y sometida a la voluntad de quienes ejercen el poder en cada país, como casi todo en este estrangulado presente de la vida humana.

Usurpar el poder que sólo compete a los ciudadanos

El ciudadano que sostiene y da poder al estado suele quedar victimado ante casi cualquier tipo de látigo, castigo y método que el Estado utiliza para preservarse en la cúpula, como rey en el castillo, muchas veces con engaños, fórmulas vacuas de acomodarse sobre cojines de terciopelo rojo o dorado, que debilitan la acción de legítima defensa ante esos ridículos embates de posicionar a unos humanos sobre los otros para ser cargados, soportados sobre pedestales a los que se les debe pleitesía y reverencia quién sabe bajo qué argumentos que normalmente idiotizan a esa población para no poder ejercer el real poder que tienen y merecen dentro de la que muchos llaman democracia en un ejercicio pleno de su perversidad más cruel que no es más que una dictadura disfrazada de un supuesto bienestar social.

La utópica y ridícula fuerza legislativa

En tal disyuntiva, el pueblo que ya no ejerce el poder que merece como derecho inalienable, en el entendido de tal contradicción que no se puede ceder lo que sólo es de su única y justificable pertenencia legítima, debe reprimir su deseo de cualquier voluntario acto ante la ominosa presión de un ente superior, casi espiritual y divino, conocido como Estado en la siempre ridícula expresión de fingir trabajar en el beneficio social, cumpliendo con normas, reglamentos y constituciones que no hacen más que poner en marcha una malévola fórmula de control al rebaño, esto es, regir, imponer, disminuir el poder que tenemos abajo para dárselo a quienes viven de mandar.

Asunto de legitimidad perdida

Así como es legítimo para ellos emitir decretos que imponen sobre la libertad ciudadana una forma de vida definida desde las cúpulas según su diabólica mentalidad en la que, habiendo sido elegidos ejerciéndose el derecho libre de cada habitante para servirnos, para facilitar nuestras decisiones y metiéndonos en una trampa en la que cedimos sin quererlo ante una maquinaria que quedamos atrapados bajo esos engaños seudo democráticos, es también legítimo y mucho más vigente aún tanto cuanto tenemos derechos desde el nacimiento a decidir bajo nuestra voluntad la forma de gobierno que no podrá regirnos sino servir para los intereses colectivos, podemos, literalmente, mandarlos a la mierda.

La prisión bajo el discurso

Desde que el ser humano tomó conciencia se vio libre para elegir dónde vivir, hoy limitado, encarcelado tras las fronteras, sin poder ejercer su poder de transitar por el mundo; despertó a su legítimo también derecho a expresar sus ideas, expresar sus opiniones, transmitir a otros los mensajes que consideró pertinentes, debatió, creo una conciencia colectiva que le facilitó la organización social y finalmente, como esclareció Michel Foucault, manejó su discurso propenso a crear todas las cosas, hoy se ve prisionero de sus propias creaciones.

Acciones de resistencia

La neo emancipación de los viejos discursos está en marcha. Esta independencia del sistema que se erigió como señor y dador de vida, controlador, conocido como Estado, tiene un cimiento que no se sostiene más ante la aberración que implica limitar al ser humano de sus facultades fundamentales que le hicieron crecer y progresar aún a costa de sistemas retrógradas como las iglesias o los estados bélicos, impositivos y hasta mediocres; siempre surgieron contra  propuestas ante las aplanadoras sociales como el anarquismo, impulsor de la libertad humana.

Equilibrio de la balanza de poderes

Del mismo modo que las redes sociales de poder que aglutinan masas capaces de redistribuir las acciones de poder, hoy se cuentan con mecanismos de la estructura gubernamental capaces de dividir, reprimir, acallar a la sociedad con trampas legislativas que justifican su alevosía, hoy los pueblos están rediseñando el camino para desestabilizar al opresor empeñado en esclavizar. Por ello, pese a las acusación deslegitimizadora donde se ven enjuiciados y encarcelados los líderes de las resistencias, la sociedad puede y debe señalar cualquier abuso autoritario a través del uso de la expresión, en la generación de los discursos que establezcan los derroteros de la encomienda colectiva y no de un grupúsculo aristocrático criminal y criminalizador.

La importancia de la libertad de expresión

La importancia de conservar el derecho de expresión de forma tajante, sin excusa alguna, rompiendo los intentos que ejercen los poderosos para regularla, legalizarla, controlarla o manipularla, al ser un principio básico de subsistencia, facilitador del restante grupo de derechos civiles, debe imponer una disciplina social que exija sin negociación alguna, la libertad de expresión como no legalizable, íntegra, firme, seria, intocable, pues de ella depende el resto de luchas sociales. Ya se ha visto en infinidad de ocasiones cómo los estados que controlan la expresión del pueblo, se imponen por décadas controlando a sus pueblos y sometiéndoles a situaciones de esclavitud.

La legitimidad como base de la libertad de expresión

Cualquier idea, religión, teoría o propuesta filosófica, política o económica tiene en su origen la libertad de expresión que sube en grado de aceptación por la exposición frecuente de sus postulados. En cuanto a su legitimidad, el asunto se complica, pues implica que rinda frutos entre sus adeptos, de otro modo puede morir en el camino de su crecimiento y propagación. Cuando deja de ser tolerable es cuando pretende convertirse en vía obligatoria de los individuos que la conforman o de quienes se ven orillados a involucrarse por decreto, ya que ningún fin justifica los medios y cuando la esfera de una libertad invade las demás, empieza a ser un esquema que pierde, y debe perder, la fuerza que la originó.

La acción civil para controlar ideologías y no a la inversa

Aquí entra la justificación que algunos toman para legislar y controlar ideas, sin darse cuenta o con alevosía, de erigirse como una nueva jurisdicción que resulta peor a la primera, porque intenta endiosarse, convertirse en juez y parte de la expresión controladora. Es el derecho inalienable de la sociedad el que debe romper esos lazos abusivos de entidades ideológicas y no un Estado con su represiva legislación para preservar la libertad de expresión. Cualquier otro camino cómodo o confuso llevará a la entrega de la conciencia que terminará irremediablemente en la desgracia actual en la que todos creemos como bien absoluto en papel del Estado en la sociedad.

 

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