Veinte años en la escuela para estudiar y otros veinte trabajando como profesor me permitieron ver una realidad distinta a muchos que todavía creen en el sistema educativo. Le puedo sumar la investigación realizada, la lectura de infinidad de propuestas educativas, autores como Piaget o Kohlberg en materias de la maestría y mucho más. He aquí, un análisis sobre la realidad de la educación privada en México, procurando ser breve.
Aunque en algunos aspectos el problema es similar en la educación pública, este análisis sólo está enfocado a la privada, de forma general; no mencionaré nombres, aunque hay excepciones.
Reforma educativa
Mucho hemos hablado de la mal llamada reforma en educación realizada en este sexenio, referente a que sólo ha consistido en un cambio administrativo de escuelas más que una intención por renovar lo vital: la forma de enseñar a los estudiantes. Eso no se ha tocado. «Aprender a aprender» no tuvo que ver con la reforma, ya estaba en los planes desde la década pasada.
Los planes y programas de la SEP, además de pretender la unificación, son una nefasta fórmula burocrática plagada de mentiras, imprecisiones, desorganización; un afán controlador sobre los maestros y de paso sobre los educandos. No hay interés científico, ni se busca el rigor metodológico, no se incentiva la curiosidad. El único logro evidente es el desinterés de los niños y jóvenes por el aprendizaje, la lectura y la promoción de valores humanos.
Corrupción
Los burócratas de la SEP son de los peores que hay en toda la administración pública. No hablaré del servicio, pues es evidente su ausencia. Lejos de promover la calidad de la educación, procuran complicar cualquier trámite como registro de matrícula, generación de programas académicos para su autorización, etc., lo que les urge es dificultar los procesos para validar las dádivas que algunas escuelas han optado para caminar en el tenebroso mundo de la secretaría.
Las supervisiones son cotos de poder, plagadas de corrupción, con sofocante intimidación a las escuelas, institutos, colegios y universidades, con el objeto de hacer sentir su superioridad, legitimando el control que ejercen para extraer jugosas ganancias de las autorizaciones ilegales.
El show mediático
El secretario de educación, Aurelio Nuño, quien no sabe «ler» (leer), compitiendo ya por la silla presidencial, es más bien un muñeco de trapo de los medios masivos a quienes tiene comprados para aparecer constantemente en pantalla y buscar adeptos para su causa. Es, en realidad, un niño tonto que olvida la importancia de un cargo como ese para el futuro del país: los niños y jóvenes.
A través de spots en radio y televisión, somos bombardeados con propaganda engañosa sobre el supuesto avance al cambiar a una metodología donde los niños van a mejorar entendiendo y no memorizando los conceptos. Eso es lo menos que esperábamos, pero en realidad sólo es ruido. No sucede nada de eso en las escuelas porque la reforma debía ser integral, en el ajuste de metodología educativa que no se dará por consecuencia de una campaña publicitaria.
Negocio de la educación privada
A ellos las cuentas si les alcanzan, pues su matrícula de estudiantes es inflada, abriendo carreras de moda para «satisfacer» el interés del mercado. Si graduamos cada año a 70 mil comunicadores, ¿dónde los vamos a emplear? Es una educación masificada sin planeación. El interés es neoliberal, en una competencia por obtener más y más recursos sin preocuparse por la realidad nacional.
Grandes diferencias entre escuelas
Esa diferencia se basa más en el compromiso de las escuelas por dar resultados, por involucrarse de lleno en una educación con sus alumnos. Los demás andan bañados en la corrupción y sólo les interesa el negocio.
Metodología educativa
Los maestros han tenido la necesidad de romper esos esquemas para impulsar el verdadero progreso de sus alumnos o han caído en la desidia, importando un comino el futuro de la nación. Es más fácil hacer que los alumnos obedezcan órdenes sin discutir, a preocuparse por establecer un método que promueva estudiantes comprometidos con la sabiduría en beneficio de la humanidad.
Modelos eficientes
El mejor modelo educativo del mundo, reconocido por miles de académicos y gobiernos en el planeta, es el de Finlandia. Ha dejado atrás el esquema de estandarización, los trabajos en casa o tareas se derogaron, han invertido más en la persona, sus valores, su humanización y se preocupan por las actividades multidisciplinarias, es decir que bajo el interés personal de cada uno de los estudiantes, por ejemplo, el alumno que desea saber más de la música de Bach, basa sus investigaciones en otros temas como la historia, las matemáticas, el lenguaje, etc.
Es educación personalizada en forma de guía, el maestro se vuelve facilitador de los conocimientos. Eso en México lo sabemos desde hace mucho, pero no se aplica porque, como todo lo demás, el interés oficial está en el enrique-cimiento ilícito de las autoridades y el deseo de los propietarios de muchísimas escuelas es el mismo.
Becas y otros incentivos
El programa finlandés, por otra parte, no facilita la competitividad entre los alumnos, ni premia a los mejores promedios, no otorga medallas o diplomas. Cada uno es bueno en su área, esa es la idea que pretenden imprimir en los alumnos. En México, mientras más medallas cuelguen de sus uniformes o más cuadros con diplomas luzcan en sus consultorios o despachos, se sienten mejor. Aunque no tengan idea cuánto mide la torre Eiffel como cultura general.
Fanáticos
En la educación privada, el deseo de muchas escuelas es volver devotos a los alumnos, ya sea de ideas religiosas, de la «camiseta» de su escuela, el equipo de fútbol o la dádiva del Teletón o la Cruz Roja. Manejan el descontrol de los alumnos a alcanzar metas que favorecen a la escuela con ruido mediático que se convertirá en ingresos para la matrícula del curso escolar siguiente.
También hay maestros empecinados en un solo aspecto, olvidando el valor integral de la educación: unos sólo quieren disciplina, otros exigen demasiado la ortografía, las uñas o el corte de cabello. Todo eso no es más que un conductismo ineficiente para elevar el gusto por el aprendizaje. Maestros que tienen poca o nula preparación para estar frente a grupos; son buenos para llenar formatos de la SEP pero pésimos en la vocación magisterial.