ESTA ES LA PARTE DOS, VISITA AQUÍ LA PARTE UNO DE CDMX: La ciudad del tipo «no es mi problema»
…tiene parejas “de ocasión” aunque paguen toda la noche. Si lo que importa es la higiene. El segundo hotel era un poco más “decente”, más económico y en iguales condiciones de limpieza que el primero, mas no “presumía” sus precios de ocasión; creo que ya de suyo cobraban muy barato. El tercero era un motel, tal cual; chocamos incluso con una pareja a quienes ya no escuchamos gritar porque nos fuimos a tiempo de ahí. Su letrero y precios no indicaban en ningún momento que era un motel. Decía hotel en cada esquina. Han de pensar que “no es mi problema”.
Así que pensé por largo rato sobre las consecuencias de mi hipótesis en esa ciudad. Si los maestros protestan, “no es mi problema”. Si un niño llora en la calle: “no es mi problema”. ¿Un asalto?, ¿Se robaron el coche de la vecina?, ¿Un indigente?, ¿Cientos de indigentes?, ¿Niños en los cruceros?, ¿Le aventaron el carro en una esquina?… ¡Ah! Pero que no se muera Juan Gabriel porque entonces sí, allí estarán haciendo fila (y colándose) para llevarle una flor y llorarle por un rato. ¿Quién llora por los “más pequeños de sus hijos”? Siempre muy guadalupanos el 12 de diciembre. No es mi problema el resto del año.
La placa de mi boda. Regresé hacia Puebla como a las cinco de la tarde y durante casi todo mi recorrido por la Calzada Zaragoza, me tocó delante una camioneta Silhouette color vino, del Estado de México con una placa muy particular: MKC 11-07 o quizá 07-11. De esas casualidades de la vida, yo Me KC un 11 de julio (07). Junto a mi vehículo durante el circuito interior, en otro de esos densos tráficos, coincidía a cada rato al lado de un personaje con barbas estilo Miyagi del Karate Kid, quizá un poco más largas, como la esfinge egipcia, del color del cabello también de Trump y una cinta en la cabeza. Al principio parecía meditar. Conforme pude darme cuenta, observé que en realidad iba dormido, en el asiento del copiloto y quien conducía tenía toda la pinta de ser su hijo. ¡Cuánta gente extraña!; desde luego, me queda claro, para ellos, el extraño soy yo.
Me pregunto si tanto soldado empleado para labores sin importancia debieran recorrer los territorios en busca de droga (claro, para destruirla) y de cuarteles donde se refugian criminales o seguir llenando formas tras un escritorio sin importancia, girando un letrero de “siga” y “alto” para que los automóviles dejen pasar a los peatones, vigilando dentro de la zona más segura del país los vehículos lujosos de los doctores, entregando cartelones para el estacionamiento, sentados en los jardines en espera de una orden, yendo al cajero a retirar dinero. 300 mil efectivos que cobran al menos 8 mil pesos al mes y que trabajan sólo 30 años, manteniéndolos a ellos, a sus esposas hasta la muerte y a sus hijos mientras dependan de ellos. Un dineral para los pocos resultados en seguridad, criminalidad, delincuencia. El General Cienfuegos tiene su residencia y su oficina ahí dentro. Le podamos sus jardines y le encendemos la bomba de agua de su casa, le pulimos la pantalla de su computadora y seguramente le limpiamos las nalgas cuando caga. Una casta que me indigna, más que hacerme sentir orgulloso. Pero para ellos, yo “no soy su problema”.
Que si me quedo más tiempo en la CDMX, esa cotidianidad de los capitalinos terminaría envolviéndome al grado tal que mi mente gritaría diariamente: “No es mi problema”.
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