(Versión en inglés aquí) Un maestro deambula por el conocimiento de muchas ciencias y teorías sin asumir una en particular; no está para defender las posturas científicas sino para ampliar su difusión y poner en duda los postulados, evidenciando las deficiencias de las teorías. Muestra a sus alumnos el camino para comprenderlas,
asumirse como defensor de una postura en particular, sino comprometerse a difundir cualquiera de los argumentos para que sea el alumno quien decida cuál será su postura frente a ellos; en especial, debiera mostrarles el método para descubrir nuevos conocimientos y a cuestionar, dudar y poner a prueba sus premisas, invitándoles a no quedarse satisfecho con resultados incompletos, con verdades a medias.
El maestro sería sólo un profesor si no mostrara valores. Es un velador del bienestar humano, de su potencial, defensor de la verdad, responsable con su entorno social y ambiental. No lo impone, lo vive. Cuando un niño o joven pregunta, el maestro no se conforma con responder. Es capaz de mostrar la amplia gama de posibilidades, dejando abiertas más interrogantes para que el estudiante comprenda su entorno, su historia, los métodos y posibles alternativas futuras de aprendizaje. Esto se entiende mejor con un ejemplo: Maestro, ¿quién descubrió América? La respuesta de un profesor sería Cristóbal Colón.
El maestro vive y enseña valores, pero no los impone. Su principal interés está en seguir aprendiendo,
porque ama el conocimiento, incursiona día a día en nuevos retos y contagia así a sus educandos. Inventa siempre nuevas estrategias para que el alumno se interese y asuma posturas científicas en cualquier nivel. Por tanto, es laico; no puede ni debe asumir valores morales específicos en el aula, sería como ponerse a favor o en contra de Cristóbal Colón. El maestro más bien vela por la historia y la humanidad, desde un punto de vista mucho más alto, evitando sesgos culturales o fronteras. No puede decantarse por Mahoma o el cristianismo, pues reconoce sus orígenes y las actuales confrontaciones. Puede tener sentados en los pupitres a hijos de esas creencias al mismo tiempo; él pone el interés por conocer la historia, por valorar sus postulados, por reconocer sus influencias en la geografía mundial; será el alumno quien decante su interés por una de ellas o asuma una visión humana más futurista, sociológica o cultural. No asume tampoco un partido político; entiende que las ideologías convergen y divergen en diferentes momentos. Tampoco es partidario del extremismo de izquierdas o derechas, de imperialismos o nacionalismos. Enseña a sus alumnos a evaluar los pros y contras de las posturas de cada instituto político y les guía en la investigación para cuestionar la influencia de cada uno, a dudar de sus falacias y reconocer sus aciertos.
Por lo anterior, el maestro no debe dejar tareas sino guiar el interés de los alumnos que él mismo genera; la tarea se la impone él mismo, saciando la curiosidad que el maestro le causa diariamente. Las